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Información General | 7 ene 2019

Opinión

Mi hijo el cyborg: el futuro llegó hace rato

Por Jerónimo Guerrero Iraola @jerogi . Director de Proyectos Centro de Estudios para la Gobernanza. La Plata


La remera con sensores detecta la temperatura corporal y pone el climatizador en 24 grados. Simón termina su desayuno y la heladera encarga a una tienda café, leche y pan. Los productos llegan, media hora después, en un drone. Mientras termina de chequear algunas tareas pendientes en un dispositivo, se dirige al vehículo autónomo que lo espera y lo trasladará a una reunión.

Lo que hasta hace unos años parecía obra de Huxley comienza a ser una realidad tangible. En el corto plazo muchas de las acciones que realizamos las personas serán hechas por robots. La inteligencia artificial puede hacerse cargo de las tareas cotidianas. La incorporación de sensores en las prendas y lugares, la portabilidad de los dispositivos, hace que estemos trackeados en forma constante. Sin ir más allá se estima que, en la actualidad, hay 4 dispositivos conectados por persona (celular, computadora, televisor, tablet, reloj, entre otros).

Todo ello produce datos. Enormes cantidades de datos. En los últimos 2 años se produjeron el 90% de todos los datos de nuestra historia y, autores como Mayer-Schönberger y Cukier, afirman que la cantidad de información disponible se duplica cada tres años. Allí reside el tan mencionado carácter exponencial de la cuarta revolución industrial. A ello debemos añadir el quiebre de los ejes tiempo y espacio, y la socialización digital (y virtual) como ámbitos de desarrollo de la subjetividad.

Los datos, entonces, están revolucionando todo: industria, economía, conocimiento, relaciones interpersonales. El modo en que nos enseñaron a pensar, es decir, la lógica causal (a tal efecto precede tal causa), ha comenzado ha ser un obstáculo. La correlación entre datos permite aprehender fenómenos casi al instante. Sabemos qué sucede y cómo sucede, pero no sabemos por qué. Ello implica un giro copernicano. Podemos incidir en dichos procesos con respuestas veloces y eficaces, y aún así desconocer las causas. Es más, se da la paradoja de que el desenfreno por encontrar los orígenes nos puede conminar a llegar siempre muy muy tarde.

Lo expuesto nos pone en la antesala de nuevos dilemas. Ellos no están siendo abordados con la profundidad que merecen, sin embargo, son percibidos por la ciudadanía que parecería responder al vértigo con salidas modernas (propias de la modernidad): un nacionalismo chauvinista, armamentismo y seguridad entendida como militarización, miedo a las alteridades (extranjeros/as, y todas aquellas otredades que sean vistas como un riesgo: a la fuente laboral, a la propia existencia). Además, existe una idea distópica, al estilo Orwell o, sin ir a la literatura, Wall-E (que pese al final esperanzador pinta un cuadro que estremece), que invita a pensar que estamos cautivos de un Gran Hermano frente al que no podemos hacer nada.

Hay nuevos desafíos. Éstos son centrales. Argentina debe dar este debate. De qué manera invertimos en I+D (investigación y desarrollo), cómo reformulamos nuestros sistemas educativo (que en todos los niveles parecería estar llegando tarde) y productivo y cómo generamos mejores condiciones en materia de distribución y equidad. Levy Yeyati, en su libro “Después del trabajo” nos invita a pensar en el valor que genera nuestro tránsito por el ecosistema digital. Somos agentes gratuitos de producción de grandes firmas y lo hacemos bajo la premisa de podés usar sin cargo mi suite de aplicaciones. Allí es donde residen los grandes desafíos. Nuestra información es valiosa… ¿no deberíamos recibir un ingreso por proporcionar desde nuestros nombres hasta nuestras ubicaciones en tiempo real? ¿Somos realmente conscientes de ello?

En el cortísimo plazo seremos cyborg. Como en Black Mirror Bandersnatch tenemos la posibilidad de elegir por dónde y de qué forma. El debate en nuestro país sigue estando anclado en personalismos y proyectos que buscan morder su propia cola. El futuro llegó hace rato…

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