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Información General | 30 sep 2013

Opinión

Jóvenes: preparados y conectados

Las peores voces de la sociedad vuelven con el “todavía no”


Por: Florencia Saintout
Los jóvenes han sido siempre significados desde el orden dominante como sujetos de una carencia. Son adolescentes: aquellos a los que todavía les falta, que adolecen de algo. Son los que aún no pueden, no saben, no deben. Cada vez que los jóvenes se han organizado para avanzar sobre una ciudadanía que les ha sido negada, los adultos replican “desde arriba” con argumentos sobre su inmadurez, su incapacidad, su desconocimiento.

La toma de los colegios secundarios en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires otorgó un claro ejemplo de ello: los discursos adultocéntricos embistieron con un “no saben lo que hacen”. Se dice que no están preparados para hacer política, que seguramente no entienden las modificaciones curriculares propuestas. Se los acusa de ignorantes o de peligrosos y se interpela al mundo adulto (padres, directivos del colegio, funcionarios) a reforzar las reglas, a imponer sanciones a los transgresores, a que tutelen o que controlen a los desobedientes. Se hace un llamado a retornar al orden establecido previamente, un orden adulto y dominante que, para esos discursos del pensamiento conservador, sólo es admisible cuestionando estas nuevas voces. La voz de la juventud hace su intrusión en el sistema político y educativo pretendiendo cambiar los esquemas, cuando ellos quisieran que se adecúen y accedan ser modelados sin chistar.

Inclusive, cuando nada de lo anterior es suficiente, se pretende reciclar viejos relatos sobre la política; relatos que funcionaron en la década perdida a manos del neoliberalismo y a los que hoy, los jóvenes, han demostrado no adherir. Este es el discurso de la apatía: son los de aquellos adultos que dicen que a estos jóvenes no les interesa, no quieren, no les importa. Para las tomas de los colegios este relato se traduce en un “en realidad no quieren estudiar, son vagos, llevan la Play Station a la toma”. Exacerbado, es un silogismo que conduce a insuflar la sospecha sobre un mal mayor que se oculta detrás de los pibes, ahora inocentados y, a la vez, despolitizados: se dice que “seguro están siendo manipulados” por alguna organización política o, incluso, fogoneados por sus ideologizados padres. Así, este relato sobre los jóvenes los convierte en un mero instrumento.

Hace pocos meses, esta misma lógica evolucionista fue utilizada para sostener que los jóvenes de 16 y 17 años no pertenecían al terreno de la política y no debían votar. Se dijo que no estaban capacitados, que no querían participar y que eran utilizados por el oficialismo con miras electoralistas. Sin embargo, los jóvenes de hoy participan y no sólo en las urnas. Se organizan para visibilizarse en el espacio público, en las calles y en los medios de comunicación; se movilizan tanto para manifestarse por aquello que consideran justo, como para celebrar: son también esos jóvenes que “militan con alegría” y que “con amor derrotan al odio”.

En estos días, también desde una derecha siempre dispuesta a regresar al pasado, se busca retroceder en una política de ampliación de derechos que benefició específicamente a los sectores juveniles. Esta derecha, cuestiona ahora la entrega de netbooks por el programa Conectar Igualdad, partiendo de una mentira: alegan que las computadoras son financiadas por Anses, cuando este organismo sólo está a cargo de la logística y distribución de las mismas. Pero aunque no fuese así, la operación es perversa: se vuelve a esgrimir la gran falacia de imaginar que los aportes de los trabajadores se guardan en una cajita a la espera de que se jubilen. En realidad, las derechas proponen un modelo de Estado desfinanciado, que “no se mete” y que tampoco tendría la capacidad para hacerlo. En los últimos diez años, el Estado ha sido conducido por otro modelo, aquel que hace efectivas políticas de transformación estructural para otorgar más seguridad social, para equiparar las condiciones de vida e incluir a los antes desesperanzados. Tampoco las AFJPs almacenaban el dinero con nombre propio, ¿o ya nos olvidamos que con su capital compraban acciones en corporaciones multimediáticas?

“Seguridad social” son dos millones y medio más de jubilados desde 2003, incluyendo amas de casa que nunca habían soñado con ser reconocidas e incluidas; “seguridad social” es disminuir la brecha de desigualdad de acceso posibilitando que todos los jóvenes transiten por la era digital; “seguridad social” es también equiparar las herramientas imprescindibles para sobrevivir a un capitalismo que día a día produce más divisiones entre los que tienen, los jóvenes conectados, y los que no pueden, los jóvenes desconectados y excluidos. Y es allí cuando más se necesita un Estado que proponga conectar igualdad para los jóvenes, previendo la inclusión de los trabajadores y de los jubilados del mañana.

Pero aquí hay otro derecho en juego, quizás el más simple de todos. Un derecho que la epistemología del despojo nos ha hecho olvidar en la larga década neoliberal, que nos han hecho considerarlo un lujo, un provecho de los afortunados, un beneficio para pocos: el derecho a la felicidad ¿Por qué a los adultos nos cuesta tanto aceptar que las netbooks son necesarias simplemente porque a los chicos se les cambia la cara al recibirlas? Los jóvenes tienen derecho a estar informados y capacitados, a ser provistos de las herramientas que nuestra sociedad requiere, a estar conectados; pero también, y fundamentalmente, tienen derecho a tener el privilegio de ser felices.

Los jóvenes han sido pensados por las ciencias sociales como metáforas de lo nuevo, como los sujetos del cambio social, como las fuerzas emergentes que subvierten el campo de lo sedimentado. Esta innovación pocas veces fue aplaudida por lo adulto; el lugar común fue sentirlos una amenaza. Los jóvenes son los que desafían a cambiar las reglas frente al estatismo de la mirada adulta, son los que promulgan nuevos sentidos frente a la incomprensión y el desconcierto adulto, son los que dan testimonio de que el tiempo pasa frente a los melancólicos del ayer.

Estos tiempos históricos posibilitan vislumbrar un horizonte de derechos y, en un mismo movimiento, convocan a los jóvenes a soñar e interpelan a construir proyectos colectivos para hacer esos sueños efectivos. Los jóvenes de hoy reconocen en la política la vía de transformación, se conectan entre sí y creen que es posible, que ahora es el momento y que están listos.

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