Política | 28 mar 2021
A un año del estallido de la pandemia
Desde el Partido Obrero advierten que "el funcionamiento de la economía capitalista está prendido con alfileres"
Según el autor es posible ''un abandono masivo de la divisa estadounidense y un refugio en el oro o en otros activos que puedan oficiar como reserva de valor''.
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La economía capitalista en las metrópolis está plagada de empresas zombis, cuyas utilidades ni siquiera alcanzan para pagar sus gastos y que sobreviven gracias al endeudamiento barato que hoy existe y que es renovado permanentemente. Recordemos que la deuda corporativa asciende al 80 por ciento del PBI y sigue creciendo. Un aumento de la tasa de interés provocaría una quiebra de estas empresas. Esto pone de relieve el carácter precario de la proclamada recuperación y explica que el incremento en los rendimientos de los bonos del Tesoro norteamericano a diez años haya provocado pánico y estremecido los mercados, abriendo paso a un derrumbe bursátil. Lo paradójico es que lo que en tiempos «normales» se hubiera considerado una noticia alentadora, ahora es vista como una desgracia. El aumento en los rendimientos de los bonos, a primera vista, debería ser tomado como un síntoma positivo de reactivación, como resultado de la perspectiva de un repunte en la actividad económica y de los precios. El presidente de la Reserva Federal (FED), Jerome Powell, hizo referencia a este hecho dando la bienvenida al aumento en los rendimientos de los bonos como una indicación de un crecimiento económico. Pero, en la actualidad, el solo hecho de que pueda abrir paso o al menos insinuar un ascenso de las tasas de interés, aunque sea de forma limitada, provoca grandes turbulencias financieras.
Un nuevo cimbronazo se produjo a fines de febrero cuando una subasta de bonos del Tesoro de Estados Unidos de largo plazo no encontró adquirentes. En ausencia de compradores, los operadores primarios, los principales bancos que suscriben las ventas de bonos estadounidenses, tuvieron que intervenir para comprar el 40 por ciento de la deuda pública en oferta, la participación más alta en siete años. Viene al caso señalar que este hecho se da en momentos que el gobierno de Estados Unidos necesita endeudarse para financiar el paquete de estímulo de 1,9 billones de dólares. El hecho de que el mercado no pudiera absorber ni siquiera una oferta de deuda -por otra parte, acotada- puso en marcha una liquidación de bonos de Estados Unidos en el mundo.
El rendimiento de los bonos se disparó al 1,6 por ciento, habiendo comenzado el mes en 1,1 por ciento. Al comentar sobre el acontecimiento, el Financial Times señaló que la «severidad» de la venta masiva había «reavivado las preocupaciones sobre la salud del mercado de deuda más grande e importante del mundo, agregando urgencia a los esfuerzos de los reguladores para abordar las grietas que han surgido durante períodos de estrés». El mercado de deuda pública estadounidense de 21 billones de dólares es la base de todo el sistema financiero mundial. Se supone que es el mercado más líquido del mundo -el refugio seguro para los inversores financieros.
Los episodios nombrados obligaron a la Reserva Federal a poner paños fríos y asegurar de que no está previsto en los años en curso ni en el venidero un aumento de la tasa de interés. Volvió a reiterar que se seguirá manteniendo la compra de de activos a razón de 120.000 millones de dólares, como viene ocurriendo hasta ahora. Pero aún así, se mantiene una tensa calma y se registra una gran volatilidad en los mercados en los que reina una desconfianza que las perspectivas inflacionarias, pese a las promesas de Powell, terminen poniendo un cierre al ciclo de dinero barato.
La política de la FED es seguir alimentando este esquema, pero el mismo resulta cada vez más insuficiente, dando pie a la exigencia de más concesiones y garantías por parte del capital financiero. Existía la creencia entre los operadores de que la FED relanzaría la Operación Twist (bajo la cual autorizó las compras en bonos a largo plazo para mantener bajas las tasas), introducida en el pasado bajo la presidencia de Ben Bernanke, cosa que no ocurrió.
Este nuevo estremecimiento es un recordatorio que la emisión y el endeudamiento no es un recurso ilimitado y menos aún inocuo. Lo que asoma como amenaza a partir de esta caída de los bonos del Tesoro es una desvalorización del dólar (que, recordemos, ya viene produciéndose), lo que podría provocar un abandono masivo de la divisa estadounidense y un refugio en el oro o en otros activos que puedan oficiar como reserva de valor. De un modo general esto también está ocurriendo con las principales monedas, como el euro, que vienen apelando, aunque todavía en forma atenuada, a los mismos métodos que los yanquis para enfrentar la crisis. Por lo pronto, esto ha abierto una cadena de devaluaciones competitivas. La devaluación de la lira turca, precipitada con la renuncia del titular del Banco Central de ese país, constituye un nuevo eslabón de ese proceso. La guerra comercial se completa con una guerra monetaria, cuyo desarrollo planea en perspectiva un dislocamiento de la economía mundial en caso de que las principales divisas dejen de funcionar como medios de pago aceptados internacionalmente.
China tampoco se sustrae ese cuadro. El gigante asiático es uno de los países más endeudados del mundo, donde su deuda pública y privada asciende a casi tres veces su PBI y, por lo tanto, es probablemente una de las naciones más sensibles y vulnerables a un aumento de la tasa de interés. Aunque la misma está nominada en yuanes, una alteración general de los parámetros mundiales ejercería un impacto en China y abriría el riesgo de un colapso de una franja significativa de empresas que sobreviven gracias al crédito barato y que no estarían en condiciones de continuar en caso del encarecimiento de su financiamiento. El escenario del país asiático dista bastante respecto del de trece años atrás, cuando irrumpió la crisis financiera de 2008.