sábado 20 de abril de 2024 - Edición Nº -1963

Información General | 5 dic 2014

Por Anita Aliberti*

Malena, la chica trans que quiere ser policía

Malena quiere ser policía pero el curso le requiere un trabajo intensivo de su cuerpo, con el que ella no se siente cómoda. Hace 3 años lucha con su obra social para que le cubra la operación de reasignación genital pero ya perdió la cuenta de cuántas veces le denegaron los análisis de rutina o los hormonales. “Tendría que ingresar igual pero tengo miedo de que mis compañeras se burlen. Además no puedo vivir fajada, con este calor”


-¿La casa de Malena?, repite uno de los empleados del taller mecánico. El otro se limpia las manos negras de grasa, camina dos pasos hacia adelante y se cruza de brazos. Piensa.

-¡Ah, sí! Malena, qué boludo. Es acá al lado.

Malena espera en el porche. Su look contrasta con la casa blanca rodeada de malvones: jeans con blazer y sandalias de taco alto. “Yo soy así, me arreglo hasta para ir a comprar el pan”, dice. Es viernes y en su barrio no hay más movimiento que dos o tres niños que pudieron zafar de la siesta y juegan con palos en la calle de tierra.

En Huanguelén, su pueblo, se dice que la mujer que ceba ricos mates está lista para casarse. Malena cumple con dedicación cada paso del ritual. “Me mudé con mi abuela hace tres años, cuando falleció mi abuelo, para que no estuviese tan sola. Igual me crié prácticamente con ellos porque mi mamá trabajaba mucho. Pasé mi infancia jugando en este patio, armaba una casita debajo de una planta y hacía tortitas de barro, de harina, de cualquier cosa hacía una tortita”, dice mientras bate la yerba como si fuera un cóctel, para sacarle el polvillo.

“En el jardín de infantes también; llegaba y corría a buscar la muñeca que más me gustaba, y guarda que alguien me la quisiera sacar”. Coloca la bombilla y deja un hueco donde vierte el agua, todavía tibia. “Tengo los mejores recuerdos de mi infancia, no pudo haber sido más hermosa”.

Hasta que el reclamo no agote la vía administrativa no se puede comenzar la vía judicial y presentar el recurso de amparo. “Ella está muy indignada por la demora pero el derecho está reconocido y eso es un paso muy importante. La realidad es que se sancionó una ley sin los insumos ni los profesionales para hacerla valer”, dice Karina Sveruga, la abogada de Malena.

La ley de identidad de género, sancionada en mayo de 2012, garantiza que las personas trans sean inscriptas en sus documentos personales con el nombre y el sexo de elección y garantiza una cobertura de las prácticas en todo el sistema de salud, tanto público como privado. Sin embargo, el Ministerio de Salud de la Nación se encuentra en mora en la reglamentación del artículo 11, que garantiza la salud integral.

“La ley no impide nada, nosotros estamos trabajando sin ningún tipo de inconveniente tanto en tratamiento quirúrgico como en tratamientos endocrinológicos. Al no estar reglamentada la ley, las obras sociales se basan en eso para no reconocer desde el punto de vista económico ni la cobertura de la cirugía en privado ni la cobertura de los medicamentos. Entonces tienen que recurrir al hospital público y allí hay un embudo de gente porque tenemos muchas personas anotadas”, dice el urólogo Cesar Fidalgo, encargado del Área de Urología del Hospital Gutiérrez de La Plata, uno de los tres en todo el país que realiza este tipo de operaciones.

Para Fidalgo, la ley “marca un antes y un después. Tenemos una paciente que le llevó 10 años la autorización judicial y se operó a los 60 y pico de años. El peregrinar por los distintos juzgados tratando de encontrar a un juez que le diera un motivo, como si fuera posible medir con un estudio de cromosomas lo que siente el alma”. De 20 consultas al año pasaron a 20 consultas por mes y de 5 personas para operarse a 230: “nos obligó a irnos acomodando”.

La primera cirugía de reasignación genital se realizó en 1997, cuando no había legislación al respecto excepto un decreto de la década del 60 (redactado por Onganía) que prohibía lo que entonces llamaban “cambio de sexo”, salvo previa autorización del juez.

La primera paciente fue Juana, que había recorrido con su orden judicial en mano cerca de 50 hospitales que le dijeron que no porque ese tipo de cirugía no se hacía en el país. “No teníamos experiencia pero si nos daba el tiempo para formarnos en Chile, no teníamos inconveniente de hacerla”, dice Fidalgo. Ella accedió y la entonces joven pareja de médicos (él, urólogo; ella endocrinóloga) operó. “En ese momento tuvimos muchos obstáculos con los comités de bioética y con algunos sectores de la iglesia”.

Juana tenía un diagnóstico de hermafroditismo, porque la justicia necesitaba un tipo de justificativo para poder realizar la cirugía. “Nosotros tampoco lo cuestionamos desde el punto de vista médico, lo dejamos pasar para poder operarla”, dice Fidalgo. “No entendíamos el significado pero empezamos a ver la historia de Juana que desde otro punto de vista que antes no tuvimos en cuenta porque nuestra formación profesional en la universidad no tenía perspectiva de género. Aprendimos escuchando a la paciente”.

Fidalgo y su mujer empezaron por el final y siguieron por el principio. A medida que avanzaban convocaban a los profesionales que se necesitaban. “Muchos endocrinólogos por ejemplo de los que invitamos no quisieron participar porque no querían pasar ni por un tema legal ni por un tema ético personal -r ecuerda – aunque con el tiempo logramos conformar un equipo”. El equipo de Fidalgo ofrece un servicio a puertas abiertas: “Lo importante es atender bien a las personas. Siempre el hospital fue muy expulsivo. Aunque nos llevó mucho tiempo, logramos que se llame por apellido”.

A los 13 Malena empezó a trabajar en una carnicería como Martín, pero de a poco comenzó a dejarse el pelo largo y usar labial. La contrataron para limpiar una vez por semana, luego dos y así terminó cumpliendo horario de comercio con guardapolvo blanco. “Comencé a trabajar cuando abandoné el colegio. En el momento no lo supe pero seguramente dejé porque no me sentía completamente aceptada, me incomodaba tener que mirar chicas si me gustaban los varones”. Durante los cuatro años en la carnicería sus compañeros vieron su transformación: “al principio les costó aceptarme –recuerda – pero al final terminamos siendo muy amigos”.

Huanguelén es un pueblo de poco más de 5 mil habitantes al sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Tuvo dos líneas de ferrocarril y una próspera oleaginosa, aunque hace muchos años que de eso sólo quedan escombros. “El pueblo sigue teniendo ese prejuicio. Si tenés un pito sos hombre”, dice, aunque confiesa que la mayoría de la gente la aceptó rápidamente y que tiene que ver con que todos conocen a su mamá, que trabaja en una oficina pública.

Aunque al principio pasó por situaciones incómodas. “Había dos chicos que me gritaban cosas en la calle, yo no podía salir a la vereda porque me volvían loca. Hasta que fui a hablar con el padre de uno de ellos, que me conoce porque tiene comercio y mi familia siempre le compró. Le conté la situación y no sabía cómo pedirme disculpas”. Igual, Malena confiesa que le divierte sentirse observada: “¿qué hubiese sido de la vida de Carmen Barbieri si no hubiese llamado la atención? No estaría donde está.”

“Tengo miedo de que el médico tome alguna represalia”. La mayoría de las chicas que esperan ser operadas argumentan lo mismo cuando se les pregunta por la posibilidad de presentar un recurso legal para acelerar el trámite. En el hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez hay aproximadamente 230 personas trans en lista de espera. Nombre, apellido, edad. Todas anotadas en un cuaderno naranja Gloria.

Mia espera hace 9 años para operarse, desde antes de la sanción de la Ley de Identidad de Género, cuando todavía se hacía mediante orden judicial. “Te citan sólo lunes y martes para no mezclarte con el resto de los pacientes. Cuando vas a pedir el turno te hacen pasar a un cuartito en el fondo, al lado del de limpieza; te piden que pongas tus datos en un cuadernito y te dicen ‘sentate a esperar que en dos años te operamos”, dice.

Hace dos meses le dieron turno para el 18 de octubre pasado pero cuando llegó a internarse la secretaria le hizo montoncito al grito de “qué hacés acá”. Ante la desesperación de Mia, la respuesta fue insólita: “vas a tener que seguir esperando. En 5 años te hago la torta, el vestido y festejamos los 15”.

Mia vive en Villa Adelina. Alquiló un departamento frente al Hospital Gutiérrez porque el post operatorio de la cirugía de reasignación es muy delicado y con alto riesgo de infección. En total perdió 5 mil pesos, entre el alquiler y los pasajes que le compró a su mamá para que viaje desde Urdampilleta (un pueblito al sudoeste de la provincia) a cuidarla.

Después de pedir explicaciones y golpear muchas puertas le dijeron que un caño de cloaca reventó en uno de los 5 quirófanos del Hospital Gutiérrez. Nos es la primera vez en los últimos diez años que los quirófanos son noticia. El presidente anterior está sospechado de malversación de fondos por una obra que nunca concluyó y fue desplazado del cargo sin que terminara su mandato.

El Gutiérrez tiene seis quirófanos en total, de los cuales usa sólo cinco. Tres son nuevos y uno de esos fue el que tuvo la pérdida cloacal, aunque hace un tiempo a otro se le había caído el techo. Los dos que están ubicados detrás de los nuevos, aunque se puedan utilizar, deben cerrar igual.

El sexto quirófano está abandonado y los empleados lo llaman “el sucio”; tiene humedad y no cumple las condiciones que establece el Ministerio de Salud. “El sábado pasado trajimos un chico de 15 años acuchillado y los médicos tuvieron que intervenirlo en el sucio, sino se moría”, cuenta Gustavo, chofer de ambulancia. “Cuando cae alguien así, como no hay quirófano, tenés que pasearlo por la ciudad a ver quién te lo recibe, para que no se te muera a vos en la ambulancia: la estrategia que usan algunos compañeros es tirarlo en la guardia y salir corriendo, no darles tiempo a que te digan que no”.

“Hay que romper todo y empezar de nuevo. Toda el área quirúrgica cerró pero se está trabajando”, dice Fidalgo, el único médico que no se rehusó a hacer declaraciones. Para entrevistar por teléfono a Walter Paz, el director interino del hospital Gutiérrez, su secretaria pide llenar una solicitud de audiencia con todos los datos personales del periodista, además de un certificado de prensa firmado por el director del medio. “Esto es para el año que viene, ¿eh?”.

Por Anita Aliberti
@aliberti_anita

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