

Las idas y vueltas en torno del pase del diputado nacional Martín Insaurralde al massismo constituyen la trama de un culebrón cuyo final parece acercarse.
En La Plata, el futuro de Pablo Bruera es motivo de innumerables versiones. En la mitad de los pasillos por donde caminan los funcionarios locales y provinciales se escucha que el intendente platense daría el salto al Frente Renovador. En la otra, lo contrario, que integraría la lista de Daniel Scioli.
Poco tiempo atrás, Adrián Pérez recorrió una pasarela que lo llevó al FR, y abandonó la Coalición Cívica.
“Ahí está el hombre que me robó todo”, acusó Elisa Carrió señalándolo en una entrevista de un programa de su canal adoptivo, TN.
La misma Carrió que fustigaba a Macri y ahora quiere forzar a que el FAUNEN lo lleve de candidato a presidente de la Nación.
Por su parte, Francisco De Narváez fue candidato a diputado con lista propia: elecciones, papelón y después, tiró la toalla y le pidió pista a Daniel Scioli.
Se siente destratado “el colorado”. Entonces amaga con volver sobre sus propios pasos, y postularse de nuevo a gobernador.
¿En qué lista? No se sabe claramente, podría ser una propia, ir a las PASO del FPV, o probar con otra variante.
En la UCR adquieren cierta fama “los Irrompibles”, un grupo liderado por el ex yerno de Leopoldo Moreau, que está también abonado, pero a “6 7 8”.
Sobran versiones de que a minutos del cierre de listas el joven yrigoyenista sea la sorpresa (por su integración al FPV, aunque sea como “aliado” en la lista a diputados) para ampliar la base electoral del kirchnerismo.
El sindicalismo, por su parte, pone huevos en todas las canastas, desde Mauricio Macri hasta Florencio Randazzo.
Hugo Moyano manda a uno de sus pibes (Facundo) a fotografiarse con Sergio Massa y al otro (Pablo) con Daniel Scioli. Papá Moyano, por su parte, posa junto a Mauricio Macri.
Es que tanto se han desdibujado los contornos de las fuerzas políticas, y tanto se han superpuesto ocupando el centro del abanico político, que hasta cambiar de partido se convirtió en algo normal, absolutamente natural. Si Martín Insaurralde termina como candidato por el FPV o por el FR nadie se sorprendería demasiado. O sea, nadie se “rasgaría las vestiduras”.
Ya lo dijimos en editoriales de este portal: la monocromía discursiva pone por delante a las sonrisas de los políticos, a sus esposas, a su fraseo inoculado en algún focus group, o simplemente a la intensidad propagandística con que se repite la instalación en los medios.
En noviembre de 2005, El macrismo sufrió su primera deserción con la salida del tercer diputado nacional electo de Pro, Eduardo Lorenzo Borocotó, quien anunció su pase a las filas kirchneristas. El asunto se convirtió en tema de debate nacional. Hasta se inventó una palabra bien argenta: “Borocotización”. Se escuchaba (el neologismo) hasta el hartazgo, y el médico que había incursionado en el mundo K tuvo que pasar a cuarteles de invierno. La sociedad lo había sentenciado para siempre.
“Me incorporo al grupo (kirchnerista) con un deseo común pero como independiente; voy a sumarme a todas las ideas de la marcha de este gobierno”, aseguró Borocotó.
Pero no alcanzó. Vaya a saber por dónde anda el inventor de la “borocotización”, una estrategia de sujeto individual ancado sobre alguna estructura partidaria que no le pertenece ni integra.
Ahora los pases van y vienen. Muchos pueden ser candidatos de otros, y los enemigos, mientras todavía humea sobre los campos de batalla, se sacan fotos y veranean juntos.
Y a Borocotó, la sociedad argentina y los medios de comunicación casi lo queman en la hoguera. Eran otros tiempos, distintos, pero no tan lejanos.
Martín Errecalde