

El resultado de las elecciones porteñas del domingo dejó la ventana abierta a varias incógnitas y también algunas certezas. Tal como sucedió con el presidente Javier Milei en 2023, la disrupción de lo desconocido parece acentuarse cada vez más en nuestro país, con sorpresas impensadas. Con una campaña sin una sola propuesta, el actual vocero Manuel Adorni ganó la elección de la capital, rompiendo con una hegemonía de casi 20 años de gobierno del Pro. Si bien es un reducto no tan relevante, los ojos de esta elección estaban muy alertas, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, donde aún restan puntos por definir; pero a partir de la victoria del gobierno nacional todo parece tener otro sentido.
En la construcción que el gobierno viene haciendo de su estructura política, el exitismo tiene un tinte diferente al que conocemos normalmente. La cantidad de votos cosechados últimamente sin mucho esfuerzo demuestra claramente una capitalización de un mensaje claro y coherente contra el kirchnerismo a quien se le hace cada vez más difícil de argumentar con algo que los beneficie. Sin embargo, nadie previó que este mismo ímpetu le arrebataría votos al Pro, partido que, confiado en su rol decisivo en la victoria presidencial, subestimó el impacto de esta nueva fuerza política.
Esto fue una gran impresión, a tal punto que decidieron medirse en la capital pensando que eso determinaría los términos para la alianza en la provincia, pero no sucedió. La Libertad Avanza no solo que vapuleo a los encuestadores, sino que pudo ganar las elecciones cómodamente, dejando en el tercer lugar al Pro. A partir de ese momento se terminaron todos los sueños de la hegemonía amarilla de seguir en carrera, reconocieron rápidamente la derrota y lo que es peor, no hicieron alusión alguna de lo que sucederá en provincia, donde hoy corren con mucha desventaja.
Todo indicaría que varios de esos dirigentes busquen su lugar en La Libertad Avanza para las legislativas provinciales, olvidando el mal trago de lo sucedido en la capital y aceptando una muerte lenta del legendario partido de Mauricio Macri.
De este último no sabemos qué hará y qué libertad de acción permitirá a sus compañeros de partido, pero si hay algo certero es que desde el momento que abandono la Casa Rosada sus jugadas políticas son puro desacierto. Difícilmente pueda recuperarse el andamiaje del partido que supo ser un modelo moderno de agrupación, ya que de momento no posee ni músculo ni visibilidad dirigencial para ponerse en valor en el negocio de la carrera electoral de lo que viene.
A los espacios restantes también le esperan tiempos de replanteos, de nueva configuración, para salir de una crisis partidaria que parece atravesar todo el arco político argentino. Egos, soberbia y pocas ideas se suman a este coctel explosivo que estalla en todos lados por igual y que además trae como dato de color la creciente falta de participación del pueblo.