

Por: Nicolás Harispe
La muerte del Papa Francisco, las polémicas que generó sobre su rol con el presidente de la Nación, Javier Milei, y la elección de León XIV como sumo pontífice, marcaron gran parte de la agenda política nacional e internacional en los últimos años.
A ello hay que agregar las profundas contradicciones entre la llamada "Nueva Derecha" cuya figura más representativa es Donald Trump, y el consenso que prevalece dentro de la Iglesia Católica.
Ese marco, Info Blanco Sobre Negro dialogó con el docente y especialista de la Universidad Católica Argentina de La Plata (UCALP) Marcelo Leyría, que al comienzo de la entrevista aclaró: "La Doctrina Social de la Iglesia es el conjunto de principios, criterios y orientaciones que la Iglesia propone para iluminar la vida social, económica y política desde el Evangelio", y continuó: "En su núcleo están la dignidad de la persona humana, la justicia social, la solidaridad, el bien común y el destino universal de los bienes".
Además, el docente de la UCALP explicó que "no se trata solo de ideas generales, sino de una verdadera pedagogía para la acción", y que "por eso la Iglesia propone un método: ver, juzgar, actuar, que invita a leer la realidad, interpretarla críticamente y comprometernos con ella".
"Quisiera citar a Pablo VI, que hablaba de promover 'a todo el hombre y a todos los hombres'. Ese 'todo' refleja el desarrollo integral de cada persona, y 'todos' señala el compromiso con la comunidad entera. En síntesis, la doctrina social de la iglesia es el rostro social del Evangelio hecho camino, criterio y esperanza para nuestro tiempo.
Leyría: Sin dudas. Con su nombre, León XIV pone en valor la profundidad y actualidad del pensamiento social de la Iglesia, que lleva más de 130 años desarrollándose desde Rerum Novarum. En un mundo atravesado por la velocidad, la fragmentación y la desigualdad, esta doctrina vuelve a presentarse como faro y brújula: no solo orienta el sentido de nuestras decisiones, sino que también nos ofrece un método para actuar con justicia.
Hoy más que nunca necesitamos una mirada de largo plazo, no atrapada en la inmediatez. La doctrina social de la Iglesia nos ofrece herramientas para discernir, pensar procesos y construir futuro con esperanza.
Francisco fue un gran líder espiritual y también un referente social. Él comprendió que el Evangelio tiene consecuencias políticas, en el mejor sentido de la palabra: no partidarias, sino profundamente humanas.
Nos deja principios que invitan a un discernimiento más profundo, que no se queda en la coyuntura. En Evangelii Gaudium, nos propone algunos' principios rectores, como por ejemplo, que el tiempo es superior al espacio, que la realidad es superior a la idea, que la unidad prevalece sobre el conflicto, y que el todo es superior a las partes.
Esos principios tienen una dimensión práctica: ayudan a líderes sociales, políticos y religiosos a tomar decisiones más sabias, a no encerrarse en ideologías, y a cuidar los procesos sin ansiedad por el resultado inmediato. Francisco supo invitarnos a pensar a fondo, a actuar con ternura y a soñar en grande.
Leyría: Es una invitación a pensar en procesos, no solo en ocupación de poder o resolución inmediata. El “tiempo” representa los procesos, los cambios reales y duraderos. El “espacio”, en cambio, simboliza la lógica de controlar o dominar. Francisco nos decía que tomar decisiones solo desde la urgencia del momento puede llevarnos a soluciones superficiales. En cambio, si cultivamos procesos, aunque sean lentos, estamos construyendo algo que perdura. Es un llamado a salir de la lógica de la ansiedad política, y a pensar en el bien común como horizonte.
Sí, claro, sin duda. Esos documentos son parte fundamental del pensamiento social contemporáneo de la Iglesia. Francisco retoma allí la tradición doctrinaria y la lleva a dialogar con los signos de estos tiempos. Allí nos habla de ecología integral, de una cultura del encuentro frente a la lógica del descarte, del cuidado de la casa común, de las periferias humanas, cuestiona la idolatría del dinero y hace referencia también a los peligros de la tecnocracia. También nos habla de comunicación: de los mensajes de odio, pero sobre todo del valor de los mensajes que siembran esperanza. Y, en el centro de todo, está siempre la justicia social.
Absolutamente. Nos dejó un legado inmenso, no solo a los argentinos, sino a toda la humanidad. Pero es verdad que, siendo argentino, su mensaje tiene una fuerza especial para nuestra sociedad. Siempre nos invitó a salir del cortoplacismo, de la lógica de la urgencia y del enfrentamiento. Nos propuso mirar más allá, imaginar un horizonte común, recuperar la fraternidad social. Pero sobre todo hizo hincapié en que “el todo es superior a las partes” y que debemos caminar juntos, aunque pensemos distinto.
Y nos dejó una imagen poderosa: la del pastor con “olor a oveja”. Estar cerca del pueblo, de los enfermos, de los pobres, de los olvidados. Estar cerca de las periferias, que no son solo geográficas: son existenciales. Su legado es una hoja de ruta. También son una inspiración para construir esperanza desde lo cotidiano, y poner a la persona humana, con su dignidad inalienable, en el centro de cualquier decisión política y social.