

Por: Martin Canay *
Desde la campaña presidencial del 2023, el entonces candidato Javier Milei entendió con claridad que, para liderar la agenda electoral, debía generar un "efecto bandwagon" (ese fenómeno psicológico y social por el cual las personas tienden a apoyar una idea o tendencia, simplemente porque muchas otras ya lo hacen). Esa estrategia, indudablemente efectiva, lo ayudó a convertirse en quien hoy ocupa el sillón de Rivadavia.
Lo llamativo es que esta táctica —habitualmente utilizada con fines electorales— Milei la trasladó con éxito a su estrategia comunicacional de gobierno. Desde entonces, está obligado a marcar la agenda mediática de forma permanente, lo cual lo empuja a producir datos falsos, verdades a medias, exageraciones y afirmaciones imposibles de comprobar, con tal de “ser tendencia”.
De esta manera, le fue más fácil justificar, por ejemplo, unas de las inflaciones más altas del mundo durante su gobierno en 2024, instalando la idea de que “la inflación venía viajando al 17.000 por ciento anual”, cualquier resultado podía ser interpretado como un éxito. La realidad marca otra cosa, su estrategia fue incluso peor que la de Venezuela, país que en el mismo período (según encuestadoras privadas, adversas al gobierno de ese país) pudo reducir a menos de la mitad la inflación que arrastraba del 2023, meta a la que Milei se acercó, pero no consiguió. (Argentina 2023, 211,4% - 2024, 117,8%; Venezuela 2023, 193% - 2024, 85%, medido por privados).
Con expresiones grandilocuentes, que dicen poco, pero impactan mucho, como que “el DNU es el decreto más grande de la historia” (solo avalada esta afirmación por su extensión, en términos de artículos y páginas) o “Argentina está despertando y esto es un hito en la historia del mundo”, (mientras que uno cuando piensa en “hitos” recuerda el descubrimiento de América, la caída del Imperio Romano o más acá en el tiempo el fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín), logra sostenerse mediáticamente el autoproclamado “segundo líder mundial", aunque aún no queda claro si se ubica por debajo de Xi Jinping o Narendra Modi, líderes de China e India respectivamente, potencias con más de 1.400 millones de habitantes cada una (es decir, casi dos veces y medio los usuarios activos de X, la red social donde pareciera que empieza y termina el mundo del presidente argentino).
La misma estrategia de efecto arrastre triunfalista que lo acompañó en 2023, y en la primera mitad de su gobierno, Milei intenta replicarla en 2025, pero ya no solo para captar votos, sino también para absorber o doblegar a los espacios políticos ideológicamente afines. ¿Cómo lo hace? Nacionalizando elecciones locales, ubicando figuras de alto perfil como Manuel Adorni en la vidriera porteña, o deslizando la posibilidad de que Karina Milei puede ser candidata en la provincia de Buenos Aires. La meta: forzar a los partidos aliados no solo a integrarse, sino a renunciar a su identidad, sus colores y sus historias.
Para imponer ese relato, Milei recurre —otra vez— a artilugios discursivos. Uno de ellos es manipular los resultados electorales, mostrando apenas una parte del cuadro. Veamos qué pasa si analizamos la cantidad de votos obtenidos en 2025 sobre el universo de los electores habilitados para votar.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde La Libertad Avanza apostó fuerte con el vocero presidencial como candidato, obtuvo apenas el 30,13 por ciento de los votos válidos, con una participación que rondó la mitad del padrón. Eso significa que lo votaron 495.069 personas, sobre 3.088.750 habilitadas. Traducido: solo 1,6 de cada 10 porteños eligieron a La Libertad Avanza.
En Jujuy, salió segundo con apenas el 13 por ciento del electorado habilitado. En Misiones, con el 12 por ciento. En Santa Fe y San Luis, menos de 1 de cada 10 votó a sus candidatos. El único resultado más robusto fue en Chaco, donde superó el 20 por ciento, pero lo hizo en alianza con el gobernador radical Leandro Zdero, quien curiosamente recibió un adelanto discrecional de 120 mil millones una semana después de cerrar el acuerdo electoral.
En términos de posiciones, La Libertad Avanza salió primero en Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Chaco, segundo en Jujuy, Misiones y Salta, tercero en Santa Fe. Buenos resultados para una fuerza joven, pero muy débiles si se los pretende mostrar como un plebiscito nacional a favor del gobierno. De hecho, pueden compararse con los resultados de la Alianza dos meses antes de que el helicóptero sobrevolara la Casa Rosada en 2001.
Si los comparamos, en octubre del 2001, la Alianza salió primero en Ciudad de Buenos Aires con el 10 por ciento del total del padrón (el protagonista en ese momento no fue el ausentismo, sino el voto en blanco o nulo). En 2025, La Libertad Avanza obtuvo el 16 por ciento. En Santa Fe, La Alianza 12 por ciento, La Libertad Avanza 7 por ciento. En Jujuy y Misiones, La Alianza superó el 20 por ciento, mientras que La Libertad Avanza apenas pasó el 10 por ciento.
Si sumamos todos los votos que cosechó La Libertad Avanza en las provincias que votaron hasta ahora en 2025, obtuvo 1.377.687 votos sobre un padrón total de 10.488.845 → 13 por ciento del electorado, o sea, 1,3 de cada 10 argentinos habilitados para votar.
Ahora comparemos con los mismos distritos en 2001 donde La Alianza obtuvo 813.588 votos sobre un padrón de 6.612.040 → 12 por ciento del electorado. **
Por supuesto, se trata de comparaciones arbitrarias y lecturas parciales, pero no es casual: es el propio gobierno, con su estrategia comunicacional basada en el espectáculo y el impacto, quien invita al juego de las interpretaciones al forzar lecturas épicas sobre cada elección provincial, como si fuesen un referéndum nacional anticipado.
Nadie con honestidad intelectual busca equiparar una elección legislativa nacional con una provincial, pero sí es necesario señalar que son los propios voceros oficiales quienes intentan transpolar resultados, proyectando triunfos locales como si fueran un respaldo masivo a la gestión nacional.
Por último, estas líneas no buscan predecir —ni mucho menos desear— un escenario similar al que atravesó el gobierno de De la Rua. La coyuntura es diferente, los actores también, y los indicadores económicos y sociales, aunque deteriorados, no son comparables.
Lo que sí se busca es poner en evidencia una sensación de orfandad política cada vez más generalizada. Hoy, las dos fuerzas mayoritarias —oficialismo y Partido Justicialista— apenas se debaten, en conjunto alrededor del 30 por ciento del electorado. A eso se le suma un 20 por ciento de indecisos sumados a Partidos menores. Mientras que el 50 por ciento del ausentismo grita en silencio “que se vayan todos”.
Cuesta creer que un partido que solo logra convencer a uno de cada diez electores, esté hoy en condiciones de torcerle el brazo a fuerzas que hace apenas seis años gobernaban el país, o que pueda condicionar a partidos con más de 130 años de historia. Pero los números lo muestran. Y, sin embargo, el relato se impone. Bienvenidos a la era de la posverdad.
** Nota: no se incluye Chaco en los datos de 2001, donde la UCR ganó con el 48 por ciento, porque no se identificaba con el gobierno nacional. De incluirse, los números mejorarían aún más en favor de la Alianza).
* Martín Canay es dirigente del Partido Socialista de Lomas de Zamora y parte del Frente Amplio por la Democracia