lunes 21 de julio de 2025 - Edición Nº 29.188

Información General | 17 jul 2025

El valor de lo intangible en una propiedad


No siempre se trata del precio por metro cuadrado ni del nivel de amenities. A veces, las decisiones más firmes a la hora de elegir un lugar para vivir se sostienen en aspectos menos cuantificables, más subjetivos y profundamente personales. Hay propiedades que, sin tener una lista interminable de prestaciones, simplemente “se sienten bien”. Y no es casual.

En un mercado acostumbrado a valuar lo visible y mensurable, hay una serie de factores que escapan al Excel pero determinan la experiencia de habitar. La luz que entra a la mañana, la vista que se abre desde el balcón, el aire que circula cuando abrimos una ventana, incluso el silencio inesperado en medio de la ciudad, son elementos que no aparecen en la ficha técnica, pero que pueden inclinar la balanza.

 

Lo que no se puede replicar con diseño

La arquitectura puede planificar muchas cosas, pero hay cualidades que no se fabrican: la orientación natural del sol, la calidad del aire de la zona, la altura del entorno inmediato, el color del cielo según la latitud o incluso el sonido del barrio. Esos atributos, que dependen de la relación entre el inmueble y su contexto, escapan al control del desarrollador.

Una orientación norte, por ejemplo, no se puede compensar con iluminación artificial. El sol que entra durante todo el día genera no solo confort térmico y visual, sino también una sensación de vitalidad cotidiana difícil de igualar. Lo mismo ocurre con las vistas abiertas, que además de aportar un estímulo estético, amplían la percepción del espacio y dan aire psicológico.

Lo intangible, en este caso, no es etéreo: es simplemente lo que no se puede agregar después.

 

La ventana como frontera emocional

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Al mirar por una ventana no solo vemos el exterior, sino también una parte de nuestra historia con ese lugar. Las vistas generan vínculo. Hay algo casi ritual en mirar siempre hacia un punto específico: una copa de árbol, una plaza que cambia con las estaciones, el cielo limpio después de la tormenta.

En departamentos de zonas densamente urbanizadas, donde los metros se disputan centímetro a centímetro, tener una buena vista puede cambiar la experiencia de vida. Más allá de la postal, se trata de cómo nos sentimos en ese espacio. El horizonte, aunque sea parcial, actúa como contrapeso a la intensidad de lo inmediato.

Ese pequeño margen visual de distancia puede funcionar como un descanso mental en jornadas largas o incluso como inspiración silenciosa para quienes trabajan desde casa.

 

Luz, silencio, aire

Aunque a veces se los agrupa dentro de la categoría de “calidad ambiental”, estos elementos operan de manera distinta en el día a día. La luz natural, por ejemplo, no solo es estética: está relacionada con el ritmo circadiano, el estado de ánimo y hasta la productividad.

El silencio, por su parte, suele ser menos valorado al principio, pero con el tiempo se convierte en un recurso clave. No se trata solo de no escuchar ruidos molestos, sino de que el entorno acompañe, permita concentrarse, relajarse o simplemente estar sin sobresaltos.

El aire, por último, es invisible pero decisivo. La ventilación cruzada, la posibilidad de abrir ventanas en más de una orientación o de recibir brisas del río o de zonas abiertas pueden marcar una diferencia en confort, incluso en verano, sin necesidad de encender nada.

 

Lo que nos da un barrio sin necesidad de decirlo

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La ubicación sigue siendo una de las variables más determinantes en el valor inmobiliario. Pero incluso dentro de esa categoría, hay zonas que tienen una personalidad que se percibe al caminar por sus calles, y que influye en cómo se vive el día a día. La cercanía a espacios verdes, la presencia de árboles en la vereda, la proporción entre edificios y casas bajas, son elementos que inciden sin aparecer en el contrato.

La forma en que un barrio se siente es resultado de muchas capas: historia, usos del suelo, dinámica comercial, tipo de circulación, densidad peatonal. No todo el mundo busca lo mismo. Hay quienes quieren energía y estímulo visual constante, y otros que valoran cierta quietud. Pero, en todos los casos, esa atmósfera barrial predispone a habitar de una manera particular.

Algunos emprendimientos en Las Cañitas no se destacan por tener superficies exorbitantes ni amenities fuera de lo común, sino por priorizar atributos simples pero valiosos: una vista abierta hacia un sector arbolado y luz natural durante todo el día en ambos frentes.

 

Lo que no figura en el aviso, pero define la compra

En un portal inmobiliario, los filtros permiten comparar precios, superficies, cantidad de ambientes y hasta antigüedad del edificio. Pero rara vez hay una categoría que permita seleccionar “con buena luz a la mañana” o “con sensación de amplitud”. Aun así, eso es lo que muchas veces termina decidiendo la compra.

Los recorridos virtuales, cada vez más comunes, tampoco alcanzan a capturar del todo estas variables. A veces hay que estar en el lugar, sentir la luz sobre la piel o el aire que se mueve entre los espacios para entender si esa propiedad tiene eso que buscás.

Y si bien puede haber algo de subjetividad en esto, también hay consistencia: no son casos aislados. La mayoría de las personas, incluso sin entrenamiento técnico, perciben estas diferencias y se sienten atraídas por propiedades que ofrecen un confort silencioso.

 

Un mercado que empieza a mirar más allá

La buena noticia es que, poco a poco, algunas desarrolladoras y estudios de arquitectura están empezando a integrar estas variables desde el inicio de sus proyectos. No como agregado tardío, sino como criterio de diseño. El desafío está en mantener esa visión aun cuando el mercado pida recortar metros o maximizar unidades.

Pero también hay un cambio del lado de los compradores, más atentos a lo que hace que una propiedad se sienta habitable más allá de sus cifras. Lo intangible, entonces, ya no es una categoría menor: es, cada vez más, una forma legítima de valorar lo que una vivienda ofrece. O, mejor dicho, de reconocer que, a veces, lo más importante no se mide.

 

 

 

 

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