jueves 21 de agosto de 2025 - Edición Nº 29.188

Información General | 20 ago 2025

Lo real y lo simulado: ¿qué significa “autenticidad” en tiempos de réplicas perfectas?


En un mundo donde los filtros de Instagram suavizan la piel más que una crema coreana y las inteligencias artificiales escriben poemas, la pregunta por lo auténtico se vuelve inevitable. ¿Qué es real cuando todo puede ser perfectamente imitado?

Las muñecas hiperrealistas o silicone sex dolls son parte de esa paradoja contemporánea. Fabricadas con silicona médica, esqueletos articulados de precisión milimétrica y acabados que replican incluso detalles como venas, textura de piel y pestañas implantadas a mano, estas figuras no buscan parecer reales: buscan ser indistinguibles de lo real.

El fenómeno ya no se limita a nichos específicos. En ferias internacionales, foros online y comunidades de artistas, estas muñecas aparecen como modelos de fotografía, objetos de compañía e incluso inspiración emocional. El salto de lo utilitario a lo simbólico fue más rápido de lo que muchos esperaban.

Según un estudio de la Universidad de Bremen sobre percepción emocional y réplica sintética —citado en la revista Post-Human Behavior Quarterly—, la respuesta afectiva ante figuras hiperrealistas puede activarse incluso si el usuario sabe que no está frente a un ser vivo. Lo que importa no es la biología, sino la narrativa proyectada.

La línea entre lo auténtico y lo simulado se difumina cuando el simulacro ofrece más seguridad, belleza o previsibilidad que lo real. ¿Es menos válido un vínculo con algo artificial como aibei sex doll si genera calma o compañía? ¿Nos relacionamos con lo verdadero… o con lo que cumple mejor nuestras expectativas?

Psicólogos sociales señalan que este fenómeno se da en un contexto donde la inmediatez, el miedo al conflicto y la sobreestimulación digital erosionan los vínculos tradicionales. Las muñecas hiperrealistas se vuelven así no solo una opción estética o sexual, sino también emocional. “El objeto perfecto no contradice, no decepciona, no abandona”, sintetiza la terapeuta alemana Lisa Schreiber, especializada en vínculos no convencionales.

Pero el tema, por supuesto, es más complejo. La experiencia de lo auténtico no depende solo del otro, sino también del deseo de exponernos a lo inesperado, al error, a lo humano. Y eso, por definición, no es replicable.

Estas figuras, por más perfectas que sean, no hablan, no se equivocan, no cambian con el tiempo. Tal vez por eso funcionan como un espejo incómodo: nos muestran cuánto queremos del otro… y cuánto preferimos evitar.

En tiempos de réplicas perfectas, lo auténtico ya no es lo que parece real, sino lo que nos confronta, lo que no controlamos. Y, sin embargo, no deja de ser fascinante que, aun sabiéndolo, elijamos —al menos por momentos— la belleza sin contradicción de lo simulado.

 

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