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En las poblaciones estudiadas de barrios vulnerables se observa la presencia tanto de monoparasitismo (un solo tipo de parásito por persona) como de poliparasitismo (varios parásitos simultáneamente), lo que refleja, según los especialistas, la complejidad de la transmisión y la necesidad de estrategias integrales de prevención y control.
Si bien en algunas localidades se registraron mejoras parciales gracias a intervenciones gubernamentales, como es el caso de ayuda monetaria o mayor acceso a servicios básicos, la tendencia general se mantiene elevada a lo largo del tiempo, indicando que las parasitosis continúan siendo un problema relevante y persistente.
Estos resultados se relacionan estrechamente con factores socioambientales, como el tipo de vivienda, el hacinamiento, la falta de acceso a agua potable y saneamiento deficiente, la proximidad a cuerpos de agua contaminados y la convivencia con animales que pueden portar parásitos, explicó Belén Virgolini, becaria de CONICET y tesista de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Los estudios muestran que las parasitosis intestinales pueden afectar el crecimiento y el estado nutricional de la población infanto-juvenil, generando bajo peso o retraso en el desarrollo.
Sin embargo, la relación no es unidireccional: la presencia de parásitos debilita la respuesta inmune y facilita la entrada a nuevas infecciones, mientras que la desnutrición reduce la capacidad del organismo para defenderse, creando un círculo vicioso que agrava aún más el estado de salud.
Por ello, abordar las parasitosis intestinales requiere de la implementación de estrategias integrales, que incluyan la prevención de infecciones, mejoras en las condiciones socioambientales y seguimiento nutricional de la población infantil.

Entre los parásitos más frecuentes en niños, niñas y personas adultas de las poblaciones estudiadas se encuentran Blastocystis spp., Giardia lamblia (syn G. duodenalis/G. intestinalis) y Enterobius vermicularis.
Según Virgolini, “en el laboratorio se pudo diferenciar a Necator americanus dentro de los Ancylostomideos, gracias a la aplicación de técnicas de PCR, que permiten identificar con mayor precisión las especies presentes".
"Este hallazgo resalta la importancia de utilizar herramientas moleculares para conocer mejor la diversidad de parásitos circulantes y evaluar los riesgos de transmisión en las comunidades”, agregó la investigadora.
También, se reportó por primera vez un caso de Entamoeba histolytica en Buenos Aires, confirmado mediante PCR y análisis de secuenciación, y se registraron nuevos datos genéticos sobre Entamoeba coli y Entamoeba dispar, lo que amplía el conocimiento sobre la diversidad y distribución de estos protozoos en la región.
Por otra parte, la médica veterinaria Josefina Lacunza, otra de las integrantes de este equipo interdisciplinario, sostuvo que en los estudios realizados en animales domésticos se observaron que ciertas especies de parásitos intestinales son especialmente frecuentes.
Entre los helmintos, Ancylostoma caninum es el más prevalente, seguido de Uncinaria stenocephala, Toxocara canis y Trichuris vulpis. Estos parásitos se transmiten principalmente a través del contacto con heces contaminadas o al andar descalzo sobre suelos infectados, y son potencialmente zoonóticos, es decir, pueden infectar también a las personas.
Entre los protozoos, se destacan Giardia spp. y Blastocystis sp, que, aunque menos frecuentes, también representan un riesgo para la salud, especialmente en niños y niñas por el contacto estrecho con las mascotas.
Según los investigadores, la presencia de estos parásitos en mascotas y en el ambiente demuestra que los animales domésticos pueden actuar como reservorios y contribuir a la circulación de parásitos intestinales, subrayando la necesidad de estrategias integrales de prevención, que incluyan control veterinario, higiene ambiental y educación sobre prácticas de cuidado de mascotas.
La presencia de parásitos intestinales está influenciada por factores biogeográficos y climáticos como la temperatura, la humedad ambiental y la composición de los suelos (nivel de cobertura vegetal). Sin embargo, también resultan determinantes los factores sociales, económicos y culturales propios de las poblaciones que estudiamos.
Los principales factores de riesgo detectados están relacionados con viviendas precarias y hacinamiento, falta de acceso a agua segura y a sistemas adecuados de saneamiento, uso de pozos ciegos o letrinas, acumulación de residuos y anegamientos frecuentes. A ello se suma la presencia cercana de animales domésticos sin control sanitario y los hábitos de higiene insuficientes, sobre todo en la infancia.
La vía más frecuente de transmisión es la fecal-oral. Esto significa que la infección ocurre al ingerir alimentos, agua o al llevarse las manos a la boca luego de estar en contacto con materia fecal humana y/o animal, donde se encuentran huevos, larvas, quistes y ooquistes de los parásitos. Ejemplos comunes son el consumo de hortalizas mal lavadas, agua contaminada o carne cruda o insuficientemente cocida.
Además, algunas larvas de nematodes penetran activamente la piel en contacto con el suelo. Esta vía de infección suele darse cuando las personas caminan descalzas, se sientan o juegan directamente sobre suelos contaminados con materia fecal. Una vez dentro del organismo, las larvas migran por distintos tejidos y órganos hasta alcanzar el intestino, donde completan su ciclo de vida.
La convivencia con animales que no reciben atención veterinaria preventiva agrega un factor de riesgo adicional. Este riesgo se acentúa en la infancia, ya que los niños y niñas suelen mantener un contacto estrecho y cotidiano con las mascotas: juegan en el suelo, comparten espacios reducidos e incluso los manipulan sin lavarse las manos después.
Estas interacciones, aunque forman parte del vínculo afectivo con los animales, facilitan la transmisión de parásitos zoonóticos y refuerzan la necesidad de incorporar prácticas de higiene y controles veterinarios regulares como parte de las estrategias de prevención.
Fuente: UNLP
 
							 
						 
							 
						 
							 
						 
							 
						 
							