

En la Ciudad de México, donde vivía desde 1988, falleció el poeta argentino Juan Gelman, según confirmaron fuentes familiares.
Hace menos de un año en una entrevista, el poeta argentino (Buenos Aires, 1930) se mostraba como un hombre que no desdeñaba la vida, pero que a la vez, no temía a la muerte. “No creo que llegue a los cien años. Y aunque quiero ver casarse a mis nietos o tener algún bisnieto, creo que Dios, si existe debe estar aburridísimo de su eternidad”, decía.
Hijo de emigrantes ucranianos, se enamoró de la poesía con los versos de Pushkin en ruso que recitaba su hermano, y que él no comprendía, y escribió sus primeros poemas para sus amores de barrio de su Buenos Aires natal. No recordaba esos primeros renglones, porque trataba de olvidar todo, pero sí se acordaba de algo: “Ella se llamaba Ana”.
Tras esos primeros escarceos con el verso, se hizo poeta, contra el criterio de su madre, que le auguraba que nunca se ganaría la vida con eso. Pero se equivocó.
Autor de libros como Violín y otras cuestiones, El juego en que andamos, Velorio del solo, Gotán, Sefiní, Cólera Buey, Mundar u Hoy, su última obra, el poeta alcanzó el reconocimiento unánime de las letras españolas y ganó entre otros el premio Cervantes, el Juan Rulfo, el Neruda y el Reina Sofía de Poesía Latinoamericana.
El compromiso político, primero con el movimiento peronista y luego contra la dictadura, marcó su vida y su obra, aunque el desdeñaba el término “poesía comprometida”.
Su hijo y su nuera, embarazada, desaparecieron durante el régimen militar y el poeta no reencontró a su nieta hasta 23 años después. Muchas veces dijo que el dolor de perder a un hijo no acababa nunca. Pero decidió no escribir desde el odio, “que nos hace daño”, sino desde la pérdida. E incluso se mostró conciliador con, quienes como Borges, apoyaron en su momento la dictadura. “No hay que digerir de sus ideas, solo hay que comprender”.
En los últimos tiempos, la enfermedad le había hecho perder algunas de las ilusiones que impulsaron su obra, aunque seguía mostrándose cordial y caluroso en la corta distancia. Paseaba, fumaba, leía.
Mantenía un apoyo crítico al Gobierno. Y escribía hasta hace pocos meses una columna semanal en el diario Página 12, y seguía en la distancia a su equipo de toda la vida, el Atlanta, de la segunda división argentina.
Apoyaba movimientos como el de los indignados en España o el 132 en México, pero en la intimidad se sentía desesperanzado por el avance del gobierno de la economía, del poder del Banco Mundial, del FMI o del BCE, sobre la política.
Aunque más peligrosa aún que esa tendencia le parecía cierto “acostumbramiento” que nos había invadido a todos. “Se ha instalado toda un sistema para recortarnos el espíritu”, insistía.
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