

De adulto, S. argentina habría llegado a tener unos 4 metros de longitud, un tamaño pequeño para un oftalmosáurido, familia que presentó dimensiones de hasta 8 a 10 metros. Se logró recuperar el esqueleto casi completo, y se preserva gran parte del cráneo, dientes, la columna vertebral y las cinturas pectoral y pélvica, además de sus miembros anteriores y parte del miembro posterior izquierdo. Además, en distintos puntos del esqueleto, como la parte superior del cráneo o la aleta derecha, aún se conservan las articulaciones intactas. De C. gaspariniae –que habría alcanzado los 3 metros cuando adulto– se recuperaron tres ejemplares. El más completo consta de gran parte del cráneo, la columna vertebral, la cintura pectoral y las aletas anteriores. “Uno de los detalles más impresionantes de este ejemplar se encuentra en sus ojos”, comenta Lisandro Campos, becario del CONICET y autor de ambos trabajos científicos, y completa: “El anillo esclerótico derecho, una estructura circular compuesta por una serie de finas placas de hueso articuladas entre sí y que da soporte al ojo, se preserva perfectamente dentro de la órbita. Es un anillo de 12 centímetros de diámetro, lo que nos habla de que los ojos de estos animales eran enormes”.
Como se dijo, ambos ejemplares forman parte de la colección del museo de Zapala desde mediados de los ’80 y comienzos de los ’90, pero hasta ahora no se había descripto en detalle su anatomía en comparación con otras especies conocidas de oftalmosáuridos del Jurásico y el Cretácico. “En muchos casos, ciertos aspectos de la anatomía de estos dos nuevos ictiosaurios sólo podían revelarse iluminando sus esqueletos con luz ultravioleta (UV). La iluminación UV permite apreciar características difíciles de encontrar o interpretar con luz natural, como por ejemplo la presencia de ornamentaciones en los dientes o restos de tejidos blandos. Gracias a esta nueva información disponible, estudiamos la filogenia, es decir sus relaciones de parentesco para conocer a qué linajes pertenecen”, comenta Campos. “También llevamos a cabo dos estudios diferentes para conocer cómo fueron variando las aletas anteriores de los oftalmosáuridos, y evaluamos los cambios producidos en la forma y estructura de estos miembros a lo largo de 82 millones de años, que es aproximadamente lo que duró la historia evolutiva de este linaje de reptiles”, agrega.
Los estudios permitieron determinar que ambos reptiles pertenecen a dos linajes de oftalmosáuridos lejanos entre sí, y más emparentados con especies que habitaron los mares del hemisferio norte que con otras especies halladas en la Formación Vaca Muerta. “Esto nos habla de la enorme diversidad de ictiosaurios presentes en las aguas que cubrían buena parte de la Patagonia hace unos 150 millones de años, y vuelve a resaltar a esta región del país como un tesoro fosilífero”, destaca. Por otra parte, “los análisis que realizamos nos indican que el momento de máxima diversidad de formas y estructuras en las aletas anteriores fue alcanzado hacia finales de Jurásico”.Precisamente, a comienzos de 2020, el mismo equipo de expertos había reportado el hallazgo del cráneo, huesos del oído y el miembro anterior de otro oftalmosáurido de la misma edad que estos últimos, también encontrado en Zapala. “En ese trabajo logramos identificar un grupo muy peculiar de ictiosaurios, con representantes hallados en la Formación Vaca Muerta, Noruega, Canadá y Rusia, y cuyas aletas permanecieron prácticamente sin cambios a lo largo de más de 20 millones de años, mientras que el resto de los ictiosaurios experimentaba una gran diversificación de formas”, concluye.
Por Marcelo Gisande para CONICET.