

La edad media es una época que vuelve constantemente en forma de novelas, películas y cuentos.
Nos criamos con las aventuras de Robin Hood o de Blancanieves, entre tantos personajes que protagonizan historias fantásticas que transcurren en pequeñas aldeas.
Acá, en esta modernidad trepidante, violenta y efímera, soñamos con pasar los días rodeados de personajes de cuantos infantiles como los que nos acompañaron en aquellos relatos: el zapatero de la aldea, el herrero, el malvado que recorre el caserío a caballo, una muchacha con un pañuelo que pasa cantando, en fin, toda la literatura nos arrastra desde que nacemos hacia ese mundo idealizado, continente y fraterno.
Hubo un hombre que pensó en recrearlo, y se lo propuso como desafío a una adversidad tremenda, el cáncer.
Antonio Campana era un empresario exitoso, propietario de almacenes mayoristas, campos en Mendoza y de una empresa dedicada a comercializar alimentos en conserva. Soño una aldea como la qu eimaginó miles de veces durante su infancia, y pensó en un nombre que diera cuenta de su propia identidad, como un siglo antes el afamado Francisco Piria, que fundó una ciudad en serio: Piriápólis. Antonio le puso a su maqueta de aldea medieval Campanópolis.
Hacía poco había recibido la peor noticia de su vida: le quedaba poco tiempo de vida por un cáncer que le habían detectado. Decidió dejar de llorar su muerte potencial y emprender un proyecto real. Fue así que terminó abandonándolo todo para levantar ladrillo sobre ladrillo de Campanópolis, en González Catán.
Todo lo construyó con materiales de demolición, y miles de objetos antiguos que casi siempre cumplen una función muy diferente a su uso original. Podría decirse que fue un pionero del reciclaje. Uno de sus hijos, en el marco de una charla con un cronista de La Nación describió al lugar que levantó Campana: “Techos construidos con puertas, pisos hechos con tejas, escaleras que no conducen a ningún sitio”.
El sitio web de Campanópolis aclara: "La aldea con espíritu medieval fue soñada, proyectada y construida por Don Antonio Campana, quien sin poseer estudios de arquitectura concreta su sueño, en un predio de 200 hectáreas con llanuras, bosques selváticos, ríos, arroyos, lagos".
La historia cuenta que hace casi 40 años comenzó este sueño en un predio adquirido en 1976 donde antes eran explotadas antiguas tosqueras, cuyo producto fue usado para la construcción de las bases de las pistas del Areropuerto Internacional de Ezeiza y de la autopista Richeri, agrega.
También cuenta que más tarde el lugar fue expropiado por el CEAMSE (Cinturón Ecológico Área Metropolitana Sociedad Del Estado) que durante mas de cinco años lo usó para relleno sanitario, y dejó "secuela de contaminación ambiental". Cosas que sólo pasan en Argentina.
"Don Antonio entra en un largo pleito judicial para recuperar el predio. Paralelamente le aquejan diveros problemas de salud y, ante esto, decide dar un vuelco importante a su vida, impulsando sus ganas de vivir junto a sus ansias de concretar su sueño hoy hecho realidad con este legado de belleza. Descubriéndose así mismo como creador y diseñador, con un amplísimo criterio del reciclado y creatividad, hace uso de sobrantes de demoliciones para construir un mundo nuevo sobre el caos hasta entonces reinante, dando a luz esta mágica aldea, restableciendo también del equilibrio ecológico", agregan en la página mencionada.
"Dibujante y pintor aficionado –dicen que cualquier papelito era suficiente para desplegar sus dotes “artísticas”–, Antonio comenzó a venir a diario a González Catán y rápidamente, casi sin contarle a nadie, terminó de plasmar su proyecto. Al principio la familia le dio una mano, pero la idea era mayúscula; contrató entonces a ingenieros y arquitectos y armó un grupo de albañiles con los vecinos de los alrededores, un barrio de clase baja trabajadora. Dicen que empleó allí unos cien obreros durante todo el proceso. Sin embargo, mucho antes de empezar con estas tareas, intentó reparar el ecosistema del lugar convertido en un basural. Lo primero que hizo fue tratar los residuos allí depositados, trajo unos 7.000 m3 de tierra nueva y plantó unos 10.000 árboles; hoy casi no se ven las rastros de aquella realidad porque todo es un vergel". Así narró La Nación el proceso de construcción de Campanópolis.
Oscar, hijo del creador de la aldea cuenta que su padre era apasionado por los cuentos y las películas de Disney. Murió el 7 de diciembre de 2008.