viernes 2 de mayo de 2025 - Edición Nº 29.188

Política | 1 dic

Una trabajadora sexual trans secuestrada en la dictadura declaró que "los represores violadores" le decían: "Si querés comer, chupámela un poco”

Se llama Valeria del Mar Ramírez y tenía 21 años cuando la detuvieron ilegalmente. Trabajaba en el Camino de Cintura en la ruta 4, entre Seguí y la rotonda de Lavallol. Ahí había conseguido una “plaza” por la cual debía pagarle al jefe de calle de la Policía que regenteaba la zona. Es sobreviviente del Pozo de Banfield.


Valeria del Mar Ramírez contó las atrocidades de las que fue víctima por parte de policías bonaerenses y afirmó que en los primeros días de enero de 1977 vio a una muchacha allí secuestrada justo después de dar a luz. Lo declaró formalmente en el las Brigadas de Investigaciones de Banfield, Quilmes y de Lanús.

La víctima tenía 21 años en ese entonces, y trabajaba ejerciendo la prostitución en el Camino de Cintura en la ruta 4, entre Seguí y la rotonda de Lavallol.

En ese lugar había conseguido una “plaza” por la que pagaba al jefe de calle de la Policía que regenteaba la zona.

“Mi trabajo era ejercer la prostitución, hoy trabajadora sexual. En ese momento éramos prostitutas”, explicó al iniciar su declaración, durante la cual cerraba los ojos cada vez que relataba aquellos episodios. Valeria del Mar era trabajadora trans. "Su declaración puso en evidencia la prepotencia machista reinante en la Policía", destacó la Subsecretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires.

A fines de 1976 fue detenida junto con otras dos chicas, pero a los dos días recuperaron la libertad. A principios de 1977 tuvo otro destino, como relató en forma virtual al Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata durante la audiencia número 88 del Juicio por los delitos de lesa humanidad perpetrados en las Brigadas de Investigaciones de Banfield, Quilmes y de Lanús.

La segunda vez que fue secuestrada "serían las ocho o nueve de la noche", relató. Y continuó: “De repente para un Ford Falcon y se bajan dos de atrás y nos agarran del brazo, nos meten y nos arrodillan en el medio de las piernas de ellos con la cabeza para abajo”, contó. Los represores sentados atrás “estaban uniformados de verde y tenían borceguíes”, detalló.

“’Acá tienen las cachorras que habían pedido’, dijo un policía gordo, según su recuerdo, cuando las dos chicas fueron obligadas a entrar a una oficina donde había un escritorio verde. “Me tiran en un calabozo y a Romina en otro. Lamentablemente no sabíamos por qué estábamos ahí”, confesó Valeria.

A partir de ese momento se sucedieron las violaciones, vejaciones, humillaciones y la extorsión. “Si querés comer, chupámela un poco”, le decían y contó que estuvo dos días solamente a base de agua “hasta que me sacaron la botella”.

Dos policías, cuatro policías al día siguiente, entre ellos uno “provinciano”, que iban al calabozo a violarla. “Un día aparecieron y me sacaron de ahí (…) y me tiraron en una habitación donde había un colchón”.

“Ahí fue cuando vinieron dos y trajeron un pepino (…) Se fueron ellos y vinieron tres. Yo estaba boca abajo y me violaron también. La verdad no sabía qué hacer. Prefería que Dios me lleve, pero lo peor fue que otros días vienen, me ponen ahí mismo y me ponen un pedazo de manguera y eran como seis que estaban ahí y meta riéndose y yo meta gritar, pidiendo auxilio. ¡No sabía que más pedir!”, relató.

Lo peor fue el día en que los represores violadores aparecieron con una laucha. “Ahí dije ‘este es el fin de mi vida, no sé por qué estoy pasando esto porque yo no era militante”, reflexionó. Todos ellos aparecían de “civil o uniformados de policías”, aseguró.

“Me parecía que estaba con gente demente. No veía la razón para que hicieran eso. Aparte de violarme todos los días”, agregó Valeria del Mar, antes de referirse a un episodio que confirmó, una vez más, que el Pozo de Banfield funcionaba como “maternidad” de las chicas secuestradas embarazadas.

Estaba bañándose cuando escuchó que “la milica le dice a la chica ‘dale, levantate, agarrá un balde y limpiá toda esa mugre tuya’” y en eso “vi entrar a la chica, de pelo largo, delgada, demacrada, amarilla, con todo el vestidito lleno de sangre y le agarro la mano y le puse a llenar el balde”. Y luego la misma policía le dice a su compañero ‘¿Vos sos boludo? Cómo lo tenés al puto esté ahí y no me dijiste nada!”.

Cuando la sacaron a ella arrastrándola del baño, pudo ver que “el policía tenía al bebé en brazos”, pero no pudo saber si era niña o niño y tampoco pudo cruzar palabra alguna con la mamá secuestrada. “La chica no podía ni hablar”, sostuvo.

Interrogada sobre las características del lugar donde estuvo secuestrada, Valeria del Mar explicó que ella estaba en el “primer buzón con un baño al final del pasillo. Calculo que habría doce o diez buzones hasta llegar al baño. Eran puertas de fierro con una ventanita. Al costado del baño había una especie de lona, como que había un pasillo para el fondo”.

Valeria del Mar estuvo 14 días secuestrada en el Pozo de Banfield. Recuperó la libertad tras la presentación de un Hábeas Corpus que impulsaron sus compañeras y su madre. A los pocos días, un abogado de apellido Morán le pidió que no fuera más al Camino de Cintura porque “sos la cabecilla de las chicas y si te ven, vas a amanecer en un zanjón”. Por ese abogado y por su amiga “La Mono”, supo que había estado en la Brigada de Banfield.

“Asustada y con miedo me vine para Capital (…) Tenía miedo de salir. Me iban a matar, iba a ser una trava menos, un puto menos. Entonces me corté el pelo y tuve que disfrazarme de vuelta de Oscar”, declaró. Al poco tiempo, sus amigas la fueron a buscar para que volviera a trabajar.

Desde su primera declaración en un juicio por delitos de lesa, Valeria del Mar cuenta con el acompañamiento psicológico del Centro Ulloa.

“¿Cuándo declaraste esa vez, contaste lo que nos dijiste hoy a todos?”, le preguntó la abogada de la Fiscalía. “No, lo de la rata y la manguera no.  Tenía vergüenza, tenía miedo, de que no me creyeran y yo misma recordando eso, es muy fuerte, es muy fuerte, las vejaciones, como me pegaban si no quería, como me violaban”, dijo con la voz temblorosa.

“En la dictadura, pienso, los travesti éramos como bicho raro y cómo un gobierno militar iba a permitir a los homosexuales y travestis en la vía pública”, consideró Valeria, antes de recordar cómo se tenía que vestir para salir a hacer mandados durante el día.

Años más tarde, hizo el curso de promotora de Salud y trabajó en el Hospital Ramos Mejía en el servicio inmunocomprometido para acompañar a las chicas que llegaban para hacerse estudios médicos. “Fueron dos años con un contrato. Y después volví a la calle”, comentó.

“Cuando referiste que tuviste que disfrazarte de Oscar. ¿Tuviste que esconder tu identidad de género para protegerte?”, le preguntó la abogada querellante Pía Garralda. “Sí, porque como el doctor me había dicho que no apareciera más, que iba a aparecer en un zanjón, entonces, prácticamente, con todo lo que pasé ahí, te podes imaginar que gracias a Dios y a la Virgen, tenía a mi madre y a mi padre y me fui con ellos. Hice unos años de Oscar”, respondió Valeria.

Su secuestro en el Pozo de Banfield tuvo un enorme impacto en su vida posterior.

“Siempre trabajando para poder pagar un alquiler”, dijo. “Lamento, lamento, las consecuencias que ahora tengo en el cuerpo”, agregó y explicó que el hecho de tener siliconas le está afectando físicamente. “Psíquicamente no estoy bien, tengo altibajos”, confesó, antes de agradecer los alimentos que recibe del Sindicato de Trabajadoras Sexuales y de señalar que “hay muchas compañeras grandes que están en situación de calle”.

Valeria del Mar cumplirá 66 años en diciembre. Apenas vive con una jubilación mínima. “Las heridas las tengo todas en el cuerpo. Nadie me las saca. La mochila que llevo a cuestas. Solamente, las que las pasamos, sabemos. Cuando caía y estaba detenida ¿qué salida laboral tenía yo?, refiriéndose a aquellos años en los que trabajaba en la calle con el agravante de una policía bonaerense que “nos sacaba toda la plata”.

Romina tenía 20 años. Además de las vejaciones y violaciones que también padeció, tenía VIH. Valeria supo que había fallecido.

’La Hormiga’, ‘Rosita’, ‘Tamara’, ‘Sarita’, ‘La Perica’ y ‘La Patona’ eran algunos de los apodos de la docena de muchachas que trabajaban con ella en la misma zona. También mencionó a ‘Andrea’, que la ayudó en Capital.

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