domingo 05 de mayo de 2024 - Edición Nº -1978

Información General | 7 nov 2014

Cómo hacer de un basural de una buena oportun

Arroyo El Gato: disputas, desconfianzas y una sórdida trama que puede terminar muy mal

El saneamiento del arroyo más contaminado de La Plata no logra avanzar entre la maleza que dejó la política durante los últimos años. Un conflicto que desnuda otras miserias, no materiales: la política sirviéndose de la gente.


Realizar las obras que se necesitan en el arroyo El Gato para sanear su cuenca y evitar una nueva tragedia como la del 2 de abril de 2013, requiere dinero y muñeca política. Nada nuevo, así es siempre: cuando se planifican y ejecutan acciones de tal envergadura se ponen en movimiento numerosos y a veces contradictorios actores sociales.

Estos actores (gente, empresas, comercios, oportunistas que bucean las torrentosas aguas de las licitaciones, medios de comunicación, punteros políticos, y militantes sociales) convergen, por estos días, en un escenario que nadie puede manejar ni tampoco predecir.

Nos referimos al conflicto por el traslado de los vecinos que ocupan la planicie de inundación del Arroyo El Gato, o su margen (desde calle 7 hacia las vías, y pasando incluso a éstas). Son 360 familias que deben abandonar el sitio en el que vivieron (en la mayoría de los casos) por cuatro décadas (Como el caso de Alicia Porta, vecina de Ringuelet: “Allí nació y murió mi hijo”, nos explicó).

Muchos son “N y C” (nacidos y criados) en la vera del arroyo, y, aseguran, viven acostumbrados al olor y a la contaminación del agua. Pero ningún habitante de esa franja que está a la vera de “El Gato” niega la necesidad de reubicar su vivienda en otro lugar, y en su gran mayoría tiene el sueño de cualquiera: una casa digna, donde los chicos jueguen sin riesgos y no sufran las enfermedades derivadas de la polución ambiental, (que allí alcanza una profundidad inusual dentro del partido de La Plata), ni las mordeduras frecuentes de roedores, por ejemplo.

Para que el arroyo quede “despejado”, y las máquinas trabajen este verano en forma adecuada, se llegó a un consenso entre el Estado (en sus tres niveles: nacional, provincial y municipal) y los vecinos.

La propuesta inicial era construir nuevas viviendas en calle 115 entre 514 y 518, que estarían habitables en pocos meses, antes de que llegaran las máquinas para comenzar el encofrado en cemento del curso de agua.

Entonces se recuperaría esa área que el arroyo en forma natural (por siglos) tuvo como planicie inundable, o planicie de inundación, por donde discurre el agua que desborda del cauce más profundo ante grandes eventos meteorológicos.

Dicho de otra manera: el área donde hay casas construidas también es parte del curso de agua cuando es desbordado el cauce primario, normal, por motivo de grandes lluvias.

Dicho esto, queda claro que las casillas o casas que ocupan actualmente ese espacio constituyen barreras para que el agua escurra hacia el río, en la dirección que naturalmente lo hace.

Cuando el 2 de abril de 2013 los canales de televisión mostraban el horror que sufrían los vecinos de Tolosa y Ringuelet, las crónicas pusieron a este arroyo en el centro de la información.

Todavía hoy se habla del arroyo “El Gato”, o “Del Gato” (como solemos decir los platenses) en los medios de prensa nacionales. Incluso en un reconocido programa de TV hasta se lo mencionó (con motivo de las inundaciones de esta semana) como un ejemplo de obras que “funcionaron” (lo cual demuestra que cualquiera dice cualquier cosa).

Hay que decir que es cierto que se limpió bastante El Gato, y que por estos días el agua escurre mejor. Pero lo que falta es lo más importante, en términos económicos y de impacto hídrico: la canalización artificial, esto es, el ensanchamiento y encofrado con cemento.

Para ello hacían falta recursos, muchos recursos. El Estado nacional los giró: poco más de mil millones de pesos. Ahí están, listos para ser usados.

Tarea fina

Lo primero, y lo más importante que debía garantizar la Municipalidad de La Plata y la Provincia era el traslado de los vecinos al nuevo barrio a construirse. Los plazos inicialmente eran laxos: la obra sobre el arroyo iba a comenzar (antes que en ningún otro lugar) cerca de la desembocadura sobre el Río de la Plata, y de a poco se iría extendiendo al tramo ubicado entre las vías del tren y calle 7.

Ese tiempo era el suficiente para que se terminaran las nuevas casas (alejadas de la planicie de inundación del arroyo), se derribaran las construcciones que quedaran, y se parquizara el espacio para evitar nuevas ocupaciones. Todo con las máquinas trabajando a pleno como telón de fondo.

Pero algo ocurrió que nadie explica con argumentos convincentes: se dispuso que las obras arrancaran en simultáneo desde calle 7 hasta la desembocadura en la costa (sin mediar explicaciones técnicas muy elaboradas) y hubo que adelantar la fecha fijada para que el terreno hoy ocupado sea despejado rápidamente y las obras comiencen a ejecutarse. Y si había algo más que se pudiera pudrir en las aguas fétidas de El Gato, se pudrió.

Lo sufrió el director del Instituto de la Vivienda, Pablo Sarlo, que en una nutrida asamblea realizada en el Club Dardo Rocha quiso tranquilizar a los vecinos diciendo que todo se haría con tranquilidad, que se estaba rellenando el terreno donde irían a vivir, pero que habría “viviendas transitorias” prefabricadas que los vecinos deberían ocupar como paso previo a que les otorgaran las definitivas, de material. Entonces, lo que era una buena noticia se convirtió en un espiral ascendente de confrontaciones.

Porque, como dijimos, el anuncio inicial era que se comenzaría a construir en la desembocadura. No que las familias deberían mudarse a casillas mientras esperan que se construya el nuevo barrio.

De repente, continuando la línea de tiempo que intentamos seguir, estimado lector, era imperioso que el traslado se efectuara en forma urgente para que las máquinas trabajaran. Las casillas transitorias estarían ubicadas en el mismo predio en el que se levantaría el nuevo barrio, pero ese terreno, dicen los vecinos, “está rellenándose, es inundable, siempre lo fue”.

La encrucijada de las familias

“No se puede trabajar de ningún modo mientras haya gente viviendo”, aclararon, con lógica y buen tino, desde La Provincia y desde el Ministerio de Planificación Federal.

¿Quién se encargaría, entonces, de dialogar con los vecinos, explicar la situación (que mutó de “manejable” a “urgente”) y administrar la tarea fina, sutil que es imprescindible para que la gran obra pueda ejecutarse?

La instancia más cercana al territorio es, si dudas, la Municipalidad. Con su Delegación como sede comenzaron, entonces, las reuniones con cada familia, aisladas (lo que produjo el primer conflicto), “para que no sea un lío comunicarse, dialogar”, explicó el Delegado, Juan Manuel Atanasof a uno de los primeros que asistieron a los encuentros.

La oferta de levantar todo y mudarse hacia un terreno descampado, con la Municipalidad como garante de que sólo sería hasta que estuviera habitable el nuevo barrio en construcción, encendió la ira de los más desconfiados, la alarma del resto, y terminó de convertir a la zona en un teatro de oscuras operaciones políticas, entre otras cosas.

¿“Me voy a ir de la casa donde vivo desde hace cuarenta años porque (Pablo) Bruera y el Delegado me prometen que las vivienda prefabicadas son solamente transitorias? Ni loco, no le voy a creer a nadie, los políticos mienten, conocemos al delegado, y ya lo hizo el intendente cuando el agua nos tapaba mientras él desde Brasil decía que estaba acá”, comenta un antiguo vecino con el ánimo destemplado, más cercano al desborde emocional que al análisis frío de lo que está en juego.

Nadie puede obligar a los vecinos a revalorizar la autoridad comunal, sobre todo cuando de este tema se trata. Es comprensible que tengan dudas en una ciudad donde los funcionarios generalmente no funcionan. “Son muy chantas”, explica a INFOBLANCOSOBRENEGRO Martín Correa, que vive e metros del arroyo, pero fuera de la planicie de inundación.

El problema es lo que hay por delante: una obra necesaria, el dinero disponible, vecinos que no viven sobre el arroyo pero piden a gritos que comience la obra, y vecinos que sí viven allí, quieren la obra, pero desconfían de que las casas prefabricadas que les ofrecen sean sólo transitorias.

“¿Y si se pudre la economía y después queda el barrio nuevo a medio hacer, qué va a pasar con nosotros? Quedaríamos en casitas peores o iguales que las que tenemos pero en un terreno descampado que encima todavía no rellenaron y se inunda”, repite Maximiliano López, un joven vecino que ocupa un sector a la vera del arroyo en la zona más cercana a calle 7.

El dinero, siempre el dinero

Y para complicar más aún el conflicto, en el barrio se habla de dos maniobras que se llevan a cabo a espaldas de todos pero a plena luz del día.

Por un lado, es vox populi que emisarios de la MLP comenzaron a “ofrecer” dinero a las familias más reticentes para que se vayan. Se habla de diferentes sumas, según la cantidad de miembros que la componen.

Y por el otro, aparecieron punteros. Se habla de un tal “Maldad” (lindo sobrenombre) , ligado a un concejal que gozó del bruerismo en tiempos de bonanza. En el barrio se dice en voz alta que pagan a algunas familias para que se opongan y resistan el traslado. Se habla de cinco grupos familiares que reciben dinero mensualmente por ese “servicio”.

Así las cosas, la mejor solución sería que la Municipalidad despejara de ruidos secundarios el barrio y recomponga su autoridad.

Difícil que el chancho chifle, dice el dicho. Los punteros brueristas de la zona están muy desacreditados, desgastados en el trato cotidiano, nadie les cree, la inundación los hundió en el hondo bajofondo que más tarde quedaría en Tolosa y Rnguelet en forma de resaca cuando las aguas bajaron. Hoy recorren la zona ofreciendo dinero a cambio de que la gente abandone sus cosas y deje la cancha libre, según afirman vecinos ante nuestra consulta.

El sciolismo en La Plata, se sabe, es débil, y, en virtud de ello, es casi en un ciento por ciento bruerismo, puro y duro.

¿Entonces? Ahora la pelota corre entre más y diversos actores. Se creó una Comisión Bicameral hace un tiempo, que empieza a mirar con preocupación el tema. Pero se sabe: el rol de articular con los vecinos es claramente competencia de la Delegación Municipal. ¿No es ahí donde el aparato de gobierno comunal busca los votos afanosamente (no malinterprete el vocablo, estimado lector) en cada elección general? ¿Y no es la Delegación la última instancia entre la cima del poder formal y lo más próximo a los hombres y mujeres de a pie? ¿Para qué están si no es para estos menesteres?

Hay una diferencia fundamental entre un gobierno municipal que avanza y otro que hace equilibrio para no caer: el control (en el buen sentido de la palabra) del territorio. O sea, la capacidad de influir por medios lícitos sobre cada cuadra y cada esquina gracias a la relación directa con los ciudadanos.

“A, por ejemplo, Julio Pereyra (intendente de Florencio Varela), esto no le hubiera pasado. Él mismo se hubiera puesto a dialogar con cada familia, y el tema ya estaría cerrado”, susurran por lo bajo funcionarios del Ministerio de Infraestructura bonaerense, que ahora no saben qué puerta hay que tocar.

Quizá el tiempo vaya resolviendo las contradicciones, y la obra se realice. Entonces, la sociedad toda (porque los recursos económicos provienen del Estado) se habrá beneficiado y podrá ponderar el nuevo Arroyo El Gato. Ello beneficiará a quienes viven sobre sus márgenes pero también a todos los vecinos de esa parte de la zona norte platense.

O, y quiera Dios que no, el conflicto puede cruzar dos tormentas perfectas: de frente, el deseo de los más humildes, los engañados de siempre, los convocados sólo para la batalla electoral, los más clientelizados y los más abandonados (paradójicamente). Y en sentido contrario, el Estado (nacional, provincial y municipal) respondiendo a los deseos y demandas del resto de los platenses, que necesitan la obra.

Si esa colisión no se evita, y no se elabora una estrategia de salida eficaz para el conflicto, estaremos, pues, en un escenario como el que hubo en muchos desalojos, con argentinos de frente unos contra otros, y resolviendo de manera coercitiva (y probablemente violenta) esa contradicción, como ocurrió en el Parque Indoamericano tiempo atrás. Haría bien la MLP en asumir sus límites.

Podría abrir sus brazos y convocar a organizaciones reconocidas por las sociedad en su conjunto, ONGs, Iglesias, la UNLP y otras tantas. Sería reconocer una debilidad, pero (y ojalá lo perciban así) también constituiría un gesto de grandeza con un objetivo altamente loable, como es el de resolver las contradicciones entre hermanos en vez de desatarlas, y poder así pacificar en vez de enturbiar una obra muy esperada.

Y podría poner un mojón para que la sociedad sienta que luego de tanto dolor, alguien, en 12 y 51, interpretó bien lo que pasa en La Plata desde el trágico día que cambió nuestras vidas para siempre, y se la quitó, según la Justicia, a 89 personas. Buena oportunidad para reencontrarse (o encontrarse) con la historia grande, o aunque sea, digna y valiosa, de nuestra querida ciudad.

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