viernes 26 de abril de 2024 - Edición Nº -1969

Opinión | 27 may 2021

Opinión

Las enseñanzas del Cordobazo siguen vigentes

Conversaciones con Otto Vargas, de Jorge Brega.


    En posteriores enfrentamientos como el Rocazo o la asamblea popular de Trelew, las masas iban a bosquejar un gobierno popular paralelo e iban a darse formas de organización aun superiores a las del Cordobazo, y ya para el año 70 la Argentina hervía en grandes luchas populares. Y ante cada gran lucha obrera –como decía– se realizaba una acción guerrillera o policíaca que trataba de hegemonizar los acontecimientos. Es altamente significativo que el siguiente gran hecho del movimiento obrero fuese la ocupación de la fábrica Perdriel dirigida por las Agrupaciones Clasistas 1º de Mayo que dirigía nuestro partido y que ya habían jugado un rol muy importante en el Cordobazo. Encabezaba la ocupación la Comisión Interna dirigida por los compañeros Agustín Funes y Gerardo Luna. Esta lucha fue casi simultánea en Córdoba con otro gran acontecimiento como fue la ocupación de las fábricas Fiat, que dio origen a los sindicatos combativos de Sitrac-Sitram. Y fue simultánea con el primer hecho importante de guerrilla urbana en la Argentina: el secuestro del cónsul paraguayo en Buenos Aires realizado por las FAL. Así como el Cordobazo nos permitió reforzar nuestro convencimiento de la justeza de nuestra línea, lo de Perdriel nos permitió parafrasear a Lenin diciendo “más vale un Perdriel que cien secuestros”, y dar batalla en el movimiento obrero y popular sobre cuál era el camino correcto. Fue un momento difícil porque fuimos puestos bajo la lupa de la represión policial, ya que algunos de los integrantes de las FAL habían estado anteriormente en nuestro partido. Pese a que la situación era otra porque el polvorín había estallado, los debates sobre el reflujo continuaban. Como el proceso histórico avanza en espiral, a cada momento de relativo retroceso volvían las teorías que aseguraban que había reflujo y que el Cordobazo no había sido más que un gato ciego que cazó un ratón muerto… Teníamos una línea de acumulación revolucionaria. Pero es cierto también que el Mayo francés y los acontecimientos de esos años despertaron en la enorme mayoría de los jóvenes que confluyeron a las fuerzas de izquierda la idea de una revolución rápida. Esa idea era predominante en el movimiento obrero y popular. Y nosotros mismos teníamos rasgos espontaneístas con resabios foquistas. Algunas cosas del llamado foquismo yo las considero correctas. Porque nosotros, a partir de una fuerza relativamente pequeña, aspirábamos a constituirnos en una fuerza revolucionaria y llegar a ser conocidos por las grandes masas. ¿Cómo lo hacíamos? La guerrilla urbana pretendía resolverlo con la propaganda armada y nosotros sobre la base de hegemonizar y liderar procesos de masa importantes. Ellos criticaban el hecho de que nuestra línea insurreccional no se correspondiese con un trabajo en el seno de las Fuerzas Armadas, pero eso nos decían “ustedes son putchistas”, criticando nuestra política de permanente agitativismo de masas. Debemos tener presente que el Cordobazo fue precedido por el Correntinazo y que éste fue liderado por compañeros de nuestro partido que organizaron la lucha por la rebaja del precio del comedor estudiantil. Después en el Rosariazo, como está documentado fotográficamente en la revista Así, compañeros nuestros estuvieron al frente de la manifestación que se hizo durante el entierro del estudiante Bello, asesinado por la policía. Y en el Cordobazo –como dije– también jugó un rol importante la Agrupación Clasista 1º de Mayo de Dinfia, la primera que se constituyó en el país, que encabezó con un gran cartel la salida masiva y encolumnada de los obreros de esa planta a la calle. Aparte, ya teníamos a los compañeros del Smata que luego iban a protagonizar su recuperación. Esto en cuanto a nosotros. Sin embargo, al mismo tiempo, la mayoría de los afluentes a nuestro partido y de los compañeros que en esos años iban a venir a él, tenían una profunda idea de revolución rápida. Esta idea predominó entonces e iba a costar muchos sacrificios durante la represión posterior a 1976. Leyendo biografías y relatos de esos años aparece nítido, cómo centenares de miles de personas, sobre todo jóvenes, fueron aprisionados en una tromba gigantesca y lanzados a la lucha social. Conozco a una persona que estaba representando una obra de teatro en una ciudad del interior, cuando de pronto pasó una de esas grandes manifestaciones de la época; la función se suspendió y salieron los actores a la calle, se fueron con la manifestación y desde entonces no pararon más, se incorporaron al movimiento de lucha social. Años después esta persona recordó aquello y le renació la vocación actoral que había dejado en aquel teatro donde la encontró aquella tromba. Todas las autobiografías comienzan más o menos así: “Yo estaba un día en mi colegio y vino un compañero y nos dijo que se hacía una manifestación…”. Es la imagen de un huracán gigantesco que tomó a miles de combatientes obreros, estudiantiles, y campesinos y los lanzó al combate social. En la universidad “un joven podía estar –como dijo una compañera– diez días sin definirse, pero a los diez días todos se definían”. Creían en la “insurrección ya”. Tomaban las consignas por la realidad y no como un instrumento para cambiarla, lo que podía o no resultar. Escribían en los muros: “No pasarán” (los golpistas), y creían que así sería porque la insurrección estaba a la vuelta de la esquina. Esa idea de lucha corta fue abonada por las teorías foquistas, que llevaron al sacrificio, muchas veces innecesario, a tantos revolucionarios en América Latina. Sólo la enorme amplitud de la ola de izquierda puede explicar que en facultades íntegras no se encontrase un estudiante que se asumiese públicamente como de derecha. Que chicas que en su pueblo de provincia salían con tapado de piel a hacer compras para diferenciarse de los “negros”, se hiciesen de izquierda y militasen en partidos revolucionarios. Por eso, miles y miles de esos militantes se esfumaron luego del 24 de marzo de 1976. Muchos, incluso jefes de organizaciones revolucionarias, cuando el Estado proterrateniente y proimperialista se les cayó encima no lo podían creer. Ni se les había pasado por la cabeza que eso iba a suceder. Hay que tener presente que los estudiantes encendieron la mecha, y los obreros y las masas populares hicieron arder la Argentina. Y nosotros dirigíamos la FUA cuando se encendió la mecha. Y luego el Smata Córdoba.   ¿Qué fue lo que mantuvo al PCR a salvo en ese torbellino que tragó a otras organizaciones revolucionarias? La decisión triunfante en el I Congreso de construir un partido de la clase obrera. Un partido que trabajase para que el proletariado hegemonizase una revolución agraria, antiimperialista, democrática, en marcha hacia el socialismo. A partir de eso, de una u otra manera, nosotros siempre tuvimos una posición y un punto de vista de clase. Intentamos enfocar todo lo que sucedía en la política argentina y mundial desde la óptica de los intereses de la clase obrera, y por lo tanto hicimos un esfuerzo para mantener una relación, en las peores condiciones, con esa clase social. E hicimos, por supuesto, el esfuerzo por aplicar el método marxista-leninista de análisis.
Extractado de “¿Ha muerto el comunismo? El maoísmo en la Argentina”. Conversaciones con Otto Vargas, de Jorge Brega tercera edición, Editorial Ágora, 2008, págs. 169 a 171.
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