viernes 26 de julio de 2024 - Edición Nº -2060

Información General | 11 jun 2024

Por el "Túnel" del Campeón

El “Pincha” siempre presente en la recorrida por la Casa Museo de Ernesto Sábato.


Por: Juan José Pfeifauf

En la casa de Santos Lugares que habitó el autor de El Túnel desde 1945 hasta su muerte en 2011, se visibiliza la pasión “pincha” del escritor: “Mi abuelo jugó de defensor en las inferiores cuando Estudiantes era un club chico y él vivía en La Plata”, comenta a Info Blanco Sobre Negro Guido Sábato, uno de los seis nietos del escritor.

Cada fin de semana, la amplia casona de Santos Lugares que habitara el autor de las novelas “El Túnel”, “Sobre héroes y tumbas” y “Abaddón el exterminador”, se impregna de un “espíritu sabatiano caótico”, el cual recrudece a medida que avanza la narrativa precisa de su nieto, quien funge como uno de los responsables de la Casa Museo, y se desempeña como gestor cultural y músico de jazz y tango.

El anarquismo vegetal que impera en el patio principal, que otrora (des)cuidaba Ernesto Sábato, no se aparta del legado dejado por el escritor, físico y pintor a sus descendientes. Para Ernesto, el patio principal, era, en términos sencillos, una alegoría de una novela.

 

 

"Mi abuelo consideraba que era la representación de una novela, donde se entremezclan distintos elementos y diversos niveles”, explica Guido, al tiempo que aclara: “El patio de atrás lo cuidaba mi abuela Matilde y él decía que si era pequeño debía ser perfecto como una poesía o un cuento, justamente, lo que ella escribía”.

Ernesto, que nació en Rojas en 1911, se mudó a La Plata para cursar el colegio secundario y la universidad: “Mi abuelo, que se había ido a estudiar Física y Matemática a La Plata y a vivir en una pensión con su hermano Juan, terminó jugando como defensor en las inferiores del Club Estudiantes de La Plata, que en ese momento era un club chiquito; no como ahora, que es campeón”, relata orgulloso Guido, mientras exhibe una foto de Ernesto con gorra y la camiseta “Pincha”.

 

 

“Sobre héroes y tumbas”

En uno de los ambientes de la casona, un débil halo de luz jalona los objetos más preciados por el escritor: la máquina de escribir Olivetti, sus anteojos oscuros y gruesos, su ordenador de madera, cientos de libros de distintos autores y un arcaico teléfono negro. El mundo fantasmagórico que rodeaba al escritor está tan presente como sus objetos queridos.

Hijo de inmigrantes analfabetos, Ernesto vivió en un mundo caótico rodeado de fantasmas, traumas, desequilibrios y obsesiones hasta que encontró en las matemáticas el orden perfecto que lo tranquiliza.

 

 

“Yo me puedo morir en el desorden porque soy muy nervioso. Desde chiquito fui terriblemente nervioso, sufrí mucho por eso. El orden me calma los nervios, como, también, los colores claros y neutros, los cuales han sido absolutamente indispensables”, confiesa Ernesto en un video familiar que se proyecta en un vetusto televisor de la casa que alguna vez visitaron Mercedes Sosa, el ex rey Juan Carlos de España, Juan Manuel Fangio y los expresidentes Raúl Alfonsin, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri.

“Mi abuelo estudió Matemáticas porque encontró el orden que no hallaba en su vida. Él era el décimo hijo de un total de 11 y nació meses después de la muerte de su hermano homónimo; es decir, que a mi abuelo lo bautizaron con el mismo nombre porque el anterior había muerto”, relata Guido, al tiempo que confiesa otro secreto familiar: “Juana, la madre de mi abuelo, le quiso robar una sobrina a su hermana porque ella no había dado a luz a ninguna mujer. Con estos temas se crió mi abuelo”.

 

Lo que arreglaba Matilde

En el patio interior de la casona, una estatua de un metro y medio, aproximadamente, de la diosa Ceres gana la vista de los visitantes de igual manera que lo hacía con Ernesto, ya que la misma puede observarse desde el escritorio donde trabajaba el ensayista y autor de “Informe sobre ciegos”.

“Matilde es más de la mitad de la obra de mi abuelo porque era quien le corregía los textos y lo ayudaba. Ella fue quien salvó de las llamas a la novela “Sobre héroes y tumbas” porque él no estaba satisfecho con publicarla”, comenta Guido, quien se toma un breve respiro y prosigue: “El único libro que mi abuelo estuvo decidido a publicar fue El túnel, ya que estaba apadrinado por Jorge Luis Borges. Lo curioso es que como todas las editoriales se negaron a publicarlo porque se trataba de un feminicidio, apareció publicado en varios fascículos de la revista Sur. Esta revista significó el pasaje de mi abuelo de la física a la escritura”.

Matilde, que fue una entusiasta admiradora de Ernesto desde el comienzo de la relación en 1933 en La Plata, también, publicó sus libros sobre poesía y cuentos. Ella, además, era la encargada de “armar” lo que Ernesto “desarmaba”, sea en temas literarios como familiares, aclara en tono de broma su nieto.

Por pedido de los visitantes, Guido relata el comienzo furtivo de la relación amorosa entre sus abuelos: “Matilde, era hija de judíos, y la conoció en La Plata en una reunión del Partido Comunista. Como Ernesto estaba perseguido por el entonces presidente Uriburu, la familia de mi abuela no lo aceptaba. Entonces, un día la secuestró a caballo y se fueron a vivir juntos”.

 



Borges, Perón y Stalin

Guido habla sin pausa y con sublime pasión desvela uno tras otros los secretos familiares. No soslaya preguntas, aunque algunas, parezcan incómodas: “Mi abuelo fue un hombre incómodo, pero coherente con su vida. Fue anarquista y luego se acercó al Comunismo hasta que descubrió las barbaridades de Stalin”, aclara, al tiempo que agrega: “Compartió con Borges las críticas al “peronismo”, aunque luego Ernesto rescató la justicia social del movimiento y escribió ‘El otro rostro del peronismo’. Nunca quiso a Perón, pero sí a Evita. Esto provocó el distanciamiento entre ambos escritores, ya que Borges nunca cambió su opinión”.

 

El hombre incómodo que transmutó su ser racional absoluto por el “espiritismo”

Uno de los lugares más simbólicos de la casa, quizás sea el sótano, el cual a lo largo de su existencia siempre pivoteó entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la desesperanza. Allí vivió durante 14 años el anterior propietario de la casona, el cineasta Federico Valle: “Como mi abuelo le compró la casa y la fue pagando de a poco, Valle vivía en el sótano”, recuerda Guido, quien también lo usó como casa en una época en la que se había peleado con sus padres.

“En este lugar”, explica a los visitantes, “mi abuelo se escondía cada vez que recibía amenazas por su trabajo al frente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Por eso, ahora, lo tenemos destinado a preservar la memoria”.

La nebulosa, que fue carcomiendo la vista del erudito escritor, fue la causa principal de su dedicación a la pintura: “Mi abuelo nunca se reconoció como profesional. Siempre decía que era un autodidacta en la escritura y la pintura. Lo cierto es que vendió algunos cuadros a Amalita Fortabat y gracias a ese dinero pudo afrontar los gastos de salud de mi abuela cuando enfermó”, recuerda Guido.

Con el paso de los años, Sábato fue sepultando paulatinamente la razón para escrutar la existencia de los hombres y fue sucumbiendo al mundo espiritual: “En el sótano, donde se escondía cuando era amenazado, mi abuelo terminó practicando espiritismo y exorcismo.

 

 

 

 

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