viernes 23 de mayo de 2025 - Edición Nº 29.188

Opinión | 5 may 2025

Pensar la política

Los Gurúes de la Desinformación: el ataque a la libertad de expresión en Argentina

Por Gastón Landi, estudiante de Ciencias Políticas de La Plata.


La historia ha sido testigo de políticos autoritarios cuyo desprecio por la oposición alcanzó niveles escalofriantes de violencia. Nombres como Stalin, Mussolini y Hitler evocan regímenes marcados por la intolerancia a la disidencia. En la era digital, esta misma lógica de confrontación despiadada parece encontrar un eco peligroso en ciertos actores políticos, que utilizan las plataformas para polarizar y atacar a sus oponentes, amplificados por los medios y las dinámicas de una sociedad cada vez más polarizada. La preocupante carencia de visión política constructiva en los líderes actuales, sumada a una sociedad que parece haber perdido la capacidad de imaginar un futuro de consenso, nos sitúa peligrosamente al borde del abismo de la libertad de expresión.

Hace muy poco de las asunciones disruptivas de nuevos políticos, nuestro país aún se encuentra digiriendo el mal trago de haber tenido que votar en distintas ocasiones para elegir a quien dirija nuestra vida. Creemos que ya vimos todo, pero no, lejos de eso, estamos en un comienzo, en el inicio de una tortura simbólica que puede trasladarse a una oscuridad social que nos remontará a un pasado que no queremos repetir.

Todavía se recuerda la Argentina oscura, de la censura y la muerte contra de la disidencia periodística como lo fue la muerte de Rodolfo Walsh; personaje de gran dedicación en la investigación política. Precisamente ese espíritu de investigación, el mismo que lo llevó a denunciar las injusticias de su tiempo, se vio reflejado en hechos como la masacre provocada a civiles y miembros de las fuerzas en el conocido pozo de José León Suárez en 1956, sobre la cual se han recabado importantes testimonios e información De ello perduró la historia contada de un tiempo donde hablar del gobierno era sinónimo de represalia con riesgos de perder la vida, la cual nos interpela diariamente acerca de lo importante que es proteger el rol del periodismo. Tampoco podemos dejar de recordar la muerte del fotógrafo José Luis Cabezas, que marcó un antes y un después en los tiempos de la democracia argentina de los 90, donde se vincula su deceso con la mafia prebendaría.

La libertad de expresión, ese contrato social en donde todos estamos a la vera de la construcción de un modo de vida, tal vez lo más coherente posible, es el manto que nos repara ante la política siniestra.

En el presente, resulta alarmante la sistemática agresión verbal y escrita que nuestro presidente dirige a través de las redes sociales contra cualquier periodista cuya labor informativa no se alinea con su visión.

Aún más preocupante es su incitación directa a la hostilidad social contra quienes ejercen con compromiso el oficio de informar. Expresiones como 'la gente no odia lo suficiente a los periodistas' revelan una preocupante falta de comprensión del rol fundamental de la prensa en una democracia.

Es noble entender que cuando la fibra más interna de la sociedad se empieza a romper, el sentido de lo que somos tiende a su desaparición, porque aquellos que deberían trabajar para el bienestar y la plenitud de la vida adoptan, en cambio, argumentos de confrontación y división. Negar la capacidad de expresarse marca una trayectoria directa hacia un discurso unificado, desprovisto de contenido real. 

Estas proezas de los nuevos paladines del mundo moderno hacen cada vez más evidentes que existe una coordinación a nivel global acerca de lo que se debe hacer y, sobre todo, decir. La primera etapa de este proceso ha comenzado; la que sigue será un tiempo de violencia entre argentinos, alimentado por un clima de sometimiento discursivo y un control desmesurado del pensamiento. Para intensificar este efecto, la clase alta argentina y ciertos sectores políticos generan figuras influyentes que, desde su aparato de propaganda simbólica, contribuyen directamente y multiplican el ataque a la información. Ejemplos recientes y preocupantes incluyen el llamado del 'gordo Dan' a encarcelar periodistas, así como el acto intimidatorio de Santiago Caputo al tomar nota de la credencial de un fotógrafo mientras este solo tomaba una imagen.

Cada día surgen nuevos episodios que resuenan con fuerza, un sonido al que aún le falta su eco, la respuesta contundente y el respaldo masivo de la sociedad en defensa de la libertad de información. En este contexto, solo nos queda erigir un escudo a quienes desempeñamos el emocionante rol de comunicar nuestras ideas. Pero, ¿qué significa todo esto?

Ya hemos visto que el mundo cada tanto sufre las consecuencias de las políticas inconclusas que llevan al ser humano a la humillación recurrente. Una forma de despojar el alma del cuerpo es justamente aprisionar la cultura, encerrar el bien común y transformarlo en un reducto social cuasi carcelario. Este fenómeno al que los aristócratas suelen llamarle cambio de paradigma no es más que una mentira que justifica y normaliza una nueva disposición del status quo. El mundo de la política ha demostrado que no puede resolver nuestros problemas y que estamos lejos de alcanzar aquello que Aristóteles llamaba Felicidad como uno de los fines de la política.

El panorama es preocupante: un marcado descenso del ingreso económico y un optimismo superficial en la sociedad presagian una tarea futura que nos exige la unidad que nunca debimos perder.

Hoy vivimos tiempos nuevos, que se gestarán bajo las líneas borrosas del no pensamiento y el absolutismo discursivo, donde el individuo corre el riesgo de convertirse en un ser apático en todo sentido. Por ello, quienes comparten la labor con aquellos que se esfuerzan diariamente en el mundo de la noticia tienen el deber urgente de propiciar y dar cabida a los nuevos editores, periodistas y a todo aquel que desee expresarse. En definitiva, son ellos los que comprenden la realidad de aquellos que no tienen voz, y a la vez, ciudadanos que afrontan la difícil tarea de informar para llevar el pan a sus hogares.

 

 

 

 

 

 

 

 

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