martes 30 de abril de 2024 - Edición Nº -1973

Información General | 29 jun 2014

OPINIÓN

Pasión por Lavezzi: una reflexión sin camiseta

Nota de análisis sobre el fenómeno masivo de Ezequiel Lavezzi, jugador de la selección argentina. Escrita por Juan Parcio, estudiante de sociología y militante de la Juventud Guevarista platense


Quizá lo más recordado del último triunfo de la selección Argentina de fútbol en el Mundial de la FIFA no haya sido el triunfo en sí. Estas cosas suelen suceder en partidos que no son muy determinantes, ya que la Argentina estaba clasificada y se enfrentaba a un oponente de menor nivel según decían en la previa. Pero que se haya desatado como sucedió una explosión de fotos, piropos y apreciaciones sobre lo “sexy” y “fuerte” que está el Pocho Ezequiel Lavezzi, merece mínimamente unas líneas.

Cuando me puse a pensar en qué me gustaría escribir sobre este “suceso” tan inesperado, en seguida se me ocurrieron dos polémicas que surgen por un lado de mi propia condición de hombre, y de habitar muchos “espacios para hombres”, y por otro lado de mi condición de feminista, de pertenecer a una organización que se reivindica como tal y de pretender cambiar todo lo existente en ese sentido.

“TE DOY HASTA QUE BRASIL ME DIGA QUÉ SE SIENTE”

La primera polémica ha sido, no la reacción en sí que desataron las imágenes de Lavezzi, sino en cambio la hipocresía que expelieron muchos hombres. ¿Existe una doble moral con respecto a algo cuando es hecho por una mujer hacia un hombre que en el hecho inverso? Considero que ha sido una hipocresía el hecho de que un varón llame a “dejar de babearse” con las fotos del Pocho, o a dejar de banalizar el fútbol porque “es un deporte donde importa la táctica y la técnica, y no los abdominales”, pero que comparta los comentarios con sus amigos de “lo fuerte que está esa mina” o sobre los culos y tetas que nos venden todos los días por TV, o incluso que mantenga un silencio en el cual se limita a asentir con la cabeza los juicios de los más machos.

Esta actitud, bastante generalizada, llevó a que esta polémica, la más común, se diera en términos de “hombres contra mujeres”, más desde el terreno del sentido común y la irreflexión. Incluso algunos hombres, desde una ideología propia del pseudo-feminismo que habita en la izquierda, plantearon que “de qué se quejan entonces cuando subimos fotos de minas en bolas”, más buscando una forma de justificar sus conductas que en algún momento fueron tildadas de machistas que intentando construir la liberación sexual que pregona el feminismo.

Además de la anterior, una de las consecuencias del “fenómeno Lavezzi” en las reacciones masculinas, quizá no muy analizada, fue el sentimiento de frustración que abordó a muchos hombres que no llegaban a ser “tan sexys” como el Pocho. Exactamente esa misma frustración con respecto al propio cuerpo es la que, sistemáticamente, sufren las mujeres por no tener “esas tetas”, “ese culo” o “esa cadera”. Es decir, lo que muchos varones experimentaron, y no solamente Lavezzi sino todos ellos, fue un choque de sus propios cuerpos y de sus propias prácticas corporales con las “expectativas sociales”.

Expectativas en donde, ahora, ellas también los demandaban como objetos sexuales. En consecuencia, muchos de quienes no se ajustaban al “nivel Pocho” sufrieron una baja en su autoestima; algo que en las vidas de las mujeres sucede con mayor frecuencia y desde momentos más tempranos, por lo que podríamos decir que ellas están mejor “curadas del espanto”.

Detengámonos en esta última situación. Históricamente han sido los varones heteronormados quienes ejercieron ese lugar de privilegio, y esta disputa del “privilegio” se vio muy clara en el “fenómeno Pocho”. Apenas se multiplicaron las imágenes, los más machos enseguida llamaron a que se “dejen de babear”, a mostrar que Lavezzi “también fue feo”, o incluso a intentar recuperar el terreno perdido fuerza de “llenar Facebook de minas fuertes”.

En algunos casos, muchos varones ignoraban lo que este “llamamiento macho” significaba en términos de disputa social. Una ignorancia que parecía creer que el programa de Tinelli llegó a su masividad sólo por su “producción humorística” y no porque su relato contiene las expectativas sociales para hombres, mujeres, homosexuales, etcétera, que están impuestas en la sociedad y allí también se realizan e imponen. En otros casos, los varones (y no sólo ellos) acuñaron frases como “al final, las feministas también nos cosifican”; llegando, en las producciones más ingeniosas, a publicar “Lavezzi no quiere tu piropo, quiere tu respeto”.

En este último punto, en la “disputa”, creo que se desata la segunda polémica, no tan preguntada como la primera: desde una perspectiva feminista, ¿qué hacemos con el Pocho?

EL FEMINISMO Y EL PROBLEMA DEL POCHO

Pero para poder avanzar, permitámonos plantear una inquietud: Entendiendo que en el ejercicio de dominación, el sujeto deseante es el propiamente masculino, mientras que el que es dominado, el objeto deseado (o, lo que es lo mismo, el sujeto para el deseo ajeno), es el propiamente femenino. Entendiendo, también, que estas “expectativas sociales” o “potencialidades objetivas” de mujeres y de varones han sido construidas históricamente como verdaderas “estructuras estructurantes”, o de otro modo, como expectativas que colocan a unos sujetos por debajo de otros, pero al mismo tiempo que enseñan a esos “inferiores” a tener la “vocación” de estar debajo (1).

Entendiendo que estas estructuras constituyen la base de la producción y reproducción del poder patriarcal ¿Acaso estas ocasiones de ruptura o usurpación por los sujetos femeninos de los roles de poder masculinos no podrían ser una primera “luz” en la misión feminista de abolición del patriarcado?

Parecería, si damos esto último por cierto, que está más que justificado un pedido, que también proliferó en estos días, de “objetos sexuales para todos y todas”. Ya no se trataría del bastante discutido “poder de la esclava”, representado milenariamente por figuras diversas, como la Dalila castradora o la Salomé seductora. Este poder no se trataría de un poder que se ejerce por derecho propio, sino que en este poder la mujer necesita de un varón al cual manipular para accionar sobre el mundo, ya que no puede hacerlo de otra forma. En cambio, parecería que el poder de “cosificar”, de convertir en “objeto sexual” al hombre es un poder propiamente masculino, usurpado del femenino (2).

Sin embargo, en mi opinión que quiero compartir aquí es que estas prácticas no pueden ser para nada parte del feminismo. Es necesario crear relaciones sociales distintas a las relaciones de dominación (sujeto deseante/objeto deseado) propias de las estructuras que dieron y dan forma al patriarcado y, sobre esas bases, construyamos nuevas estructuras que democraticen el ejercicio del poder.

“Cuando los dominados aplican a lo que les domina unos esquemas que son el producto de la dominación, o, en otras palabras, cuando sus pensamientos y sus percepciones están estructurados de acuerdo a con las propias estructuras de la relación de dominación que se les ha impuesto, sus actos de conocimiento son, inevitablemente, unos actos de reconocimiento, de sumisión.” (3) Y aunque es cierto que estas “luchas cognitivas” consiguen, cuando menos, evidenciar que es lo típico de los dominadores el ser capaces de hacer que se reconozca como universal su manera de ser particular, lejos está de ser algo más que un acto de “rebelión”. Volviendo a Bourdieu: “… la revolución simbólica que reclama el movimiento feminista no puede limitarse a una simple conversión de las conciencias y de las voluntades.

Debido a que el fundamento de la violencia simbólica no reside en las conciencias engañadas que bastaría con iluminar, sino en unas inclinaciones modeladas por las estructuras de dominación que producen, la ruptura de la relación de complicidad que las víctimas de la dominación simbólica conceden a los dominadores sólo puede esperarse de una transformación radical de las condiciones sociales de producción de las inclinaciones que llevan a los dominados a adoptar sobre los dominadores y sobre ellos mismos un punto de vista idéntico al de los dominadores.” (4)

Ilustrativo es lo que nos enseñó el Che con respecto a las tareas de transformación de la conciencia para la Revolución Socialista, a la creación de la sociedad nueva: “Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida.” (5) Lo mismo vale que digamos, de parte de quienes retomamos al guevarismo y su perspectiva teórico-práctica, para las tareas feministas de abolir el patriarcado y construir la sociedad libre. A riesgo de desconocer una gran historia de discusiones y de construcción teórico/práctica del feminismo, me animo a decir que el debate recién empezó.

Por Juan Parcio
@JuanParcio

Bibliografía: (1) “La lógica, esencialmente social, de lo que se llama la ‘vocación’ tiene como efecto producir tales encuentros armoniosos entre las disposiciones y las posiciones que hacen que las víctimas de la dominación psicológica puedan realizar dichosamente (en su doble sentido) las tareas subalternas o subordinadas atribuidas a sus virtudes de sumisión, amabilidad, docilidad, entrega y abnegación.” P. Bourdieu, La dominación masculina (Barcelona, Anagrama, 2000), 77 (2) G. Castellanos Llanos, Las mujeres y el poder: diferencia, dominación y democracia, en: M. L. Femenías, P. Soza Rossi (comp.), Saberes situados / Teorías trashumantes (Buenos Aires, Dunken, 2011), 58-60. (3) P. Bourdieu, La dominación masculina (Barcelona, Anagrama, 2000), 26.
Íbidem, 58 (4); Che Guevara, El socialismo y el hombre en Cuba (1965) (5)

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