

Por: Romina Marascio
En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco propone un principio de honda sabiduría para la acción política y social: “el tiempo es superior al espacio” (nn. 222-225). Esta afirmación, lejos de ser una frase abstracta, ofrece una clave concreta para pensar los desafíos de la política argentina actual, donde, lamentablemente, parece predominar una lógica opuesta: la obsesión por el espacio de poder, el rédito inmediato y la autoafirmación personal por sobre el bien común y la construcción paciente de una paz social duradera.
Francisco explica que la plenitud está vinculada con el tiempo, con el horizonte abierto hacia un futuro mejor, mientras que el límite se manifiesta en la necesidad de ocupar y controlar el presente (n. 222). En la vida política argentina, esta tensión se ha desequilibrado peligrosamente: las urgencias electorales, las disputas de poder y la falta de visión a largo plazo han convertido a la política en un escenario de competencia permanente, donde la prioridad no es generar procesos que transformen la realidad, sino ganar espacios que den visibilidad y control.
«Quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos
— Teología de andar por casa (@teologiadapc) May 30, 2025
evangelizar por ellos».
(Evangelii Gaudium, 198) #PapaFrancisco
Esta dinámica tiene consecuencias profundas. Se gobierna para el presente inmediato, con políticas pensadas más en función del impacto mediático o electoral que del desarrollo integral de la población. Se descuidan los proyectos estructurales, se postergan reformas necesarias, y se deja de lado a los sectores más vulnerables, que siguen siendo utilizados como herramientas de clientelismo o como excusa retórica, pero rara vez son incluidos como protagonistas reales de un proyecto de país.
Francisco lo advierte con claridad: uno de los pecados de la actividad sociopolítica es privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos (n. 223). Esta obsesión por el control inmediato impide la verdadera transformación, que siempre requiere tiempo, paciencia y continuidad. Al no pensar en procesos sostenidos en el tiempo, se renuncia a construir pueblo, se pierde la capacidad de generar identidad común, y se refuerzan las divisiones sociales que alimentan el conflicto crónico.
Romina Marascio
La construcción de una paz social auténtica y duradera —no simplemente la ausencia de conflicto— exige políticas inclusivas, que partan de los más vulnerables, que no ignoren ni posterguen su dignidad. Pero esto no se logra de manera instantánea. Requiere una pedagogía social, procesos educativos, participación ciudadana real, y una dirigencia con convicciones firmes y capacidad de resistir la tentación del rédito fácil.
En este sentido, el principio de que el tiempo es superior al espacio es una llamada profética a la clase política argentina. Les recuerda que gobernar es sembrar más que cosechar, que liderar es iniciar procesos más que cerrar capítulos, y que el bien común no puede ser subordinado a la vanidad personal o al cálculo electoral. Como señala el Papa, la historia juzgará a quienes trabajen por la plenitud humana de su tiempo, no por quienes simplemente supieron ganar una elección (n. 224).
El futuro del país no se juega solo en los discursos, sino en la voluntad real de construir una comunidad política que piense a largo plazo, que escuche a todos y que se comprometa con una justicia social verdadera. Como el trigo frente a la cizaña (Mt 13,24-30), los procesos buenos requieren tiempo para madurar. La política también debe aprender a confiar en ese tiempo fecundo.