

Marcelo Avellaneda tiene 35 años y lleva 13 trabajando en el hipermercado Nini, manejando los autoelevadores en el depósito, haciendo logística y distribución de la empresa. Sus empleadores lo tienen en blanco y regularizado, pero la ART (Aseguradora de Riesgos del Trabajo) jamás le brindó cobertura por su accidente en el trabajo. En la misma línea, cuando se enteraron del caso en la Municipalidad, el área de toxicología asistió urgente a desinfectar…_la vereda de su casa_ (Ver nota)
La cadena de hipermercados tiene un largo historial de fotos, denuncias, clausuras y reaperturas; siempre por el mismo motivo: las ratas. “Yo estaba con dolor de estómago y tenía mucha fiebre”, cuenta Avellaneda desde su reciente paz hogareña. Volvió a su casa en enero, pero recién ahora, en junio, acaba de recuperar 17 de los 20 kilos que perdió en terapia intensiva. “Tenía mucha temperatura, 39 grados y no me bajaba. Me bañaba, tomaba un ibuprofeno, pero no me bajaba la fiebre”. El 1 de diciembre se cumplían exactamente 13 años desde que había ingresado a Nini, y estaba trabajando cuando comenzó a sentirse peor. Médicos de la empresa lo derivaron a un clínico, y un compañero suyo lo acercó al Hospital Italiano. Decidieron internarlo para hacerle más estudios.
“Yo me reí. Mirá si por una fiebre me iba a quedar internado”, recuerda Avellaneda. Tras pasar 5 días en el hospital, todas las pruebas dieron el Sí: se trataba de hantavirus, una extraña enfermedad contagiada por las ratas. Desde el Ministerio de Salud de la Nación explican que se trata de una “enfermedad viral aguda y grave” causada por el virus del Hanta, que transmiten las ratas “colilargas” por saliva, heces u orina. ¿La principal recomendación? Por supuesto, evitar el contacto con roedores. ¿El tratamiento? No existe. Sólo se puede sostener al paciente y esperar que no muera. Si hay un respirador disponible, mejor.
“Cuando bajé de la silla de ruedas y subí a la cama, empecé a toser, toser y toser. Me empecé a ahogar. Me faltaba el aire…”. Los médicos llegaron a la sala y rápidamente se lo llevaron al quirófano. Norma, su mujer, se había ido hacía pocos minutos y debieron llamarla de urgencia. “Yo veía lámparas por todos lados, veía tubos…y ahí me desvanecí”. Mientras tanto lo intubaron y le pusieron un suero, que mantendría su boca libre y extremadamente seca durante los siguientes dos meses.
LA TERAPIA
Los recuerdos de Avellaneda sobre sus días en terapia no abundan. Son esporádicos, poco lúcidos y están plagados de alucinaciones. Se acuerda de las enfermeras que lo bañaban, y de que estaba atado para no arrancarse los tubos. *Durante quince días no pudo orinar (así urgió la diálisis), con el agravante de que es esa la única forma de eliminar el virus. Cuando piensa en aquellas horas no puede evitar la indignación, la angustia y las lágrimas: “No puedo creer que me haya pasado a mí. Yo no soy malo, soy un chabón laburante, tengo mi familia, mis hijos… lucho por lo mío. Que me haya pasado a mí me re dolió, todavía me re duele. Tampoco lo puedo creer”, dice entrecortando las palabras.
En el letargo de la terapia, Marcelo soñó con su padre, fallecido hace más de un año. “Me dijo ‘Estás loco, ¿qué hacés acá?’. ‘No sé, papi’, le dije”. Al otro día, su hermano Cristian lo fue a visitar y él le contó su sueño. Dice que sus hermanos estuvieron desde el primer día. También el resto de sus familiares, compañeros del trabajo y hasta ex compañeros del colegio.
El médico pediatra de sus dos hijos también fue a verlo. Le habían dicho que tenía meningitis, y cuando se enteró del verdadero cuadro le dijo a Norma: “El flaco está hecho mierda, pero va a salir”. Los familiares de Avellaneda le preguntaron qué debían hacer. “Orar. Porque no tiene cura”, les respondió. Frente al Hospital Italiano instalaron una casa rodante donde los amigos y familiares de Marcelo se quedaban a hacer “guardia”, comer y dormir. La gente les llevaba gaseosas y se sumaba a la cadena de oraciones.
“Una atención de primera”. Así describe Avellaneda, agradecido, los cuidados del Hospital Italiano y sus enfermeras, médicos y Director, Roberto Martínez. La internación se la cubrió la obra social. Pero tuvo que demandar a la ART para que le cubrieran la rehabilitación, que lo ayudó a recuperar fuerza en los músculos y kilos perdidos. “Cada vez que voy al Italiano subo a terapia y estoy con las chicas, las enfermeras… me dicen ‘estás más gordo’. Salí con 51 kilos de ahí adentro, era piel y huesos”, dice, y muestra algunas fotos – terribles – que lo demuestran.
Mientras estuvo en terapia lo intubaron, le pusieron plaquetas, le hicieron transfusiones de sangre, diálisis y lo trataron por pulmonía. Hoy, afortunadamente, Avellaneda habla normalmente y de la traqueostomía sólo quedó la cicatriz. “Estaba muerto. Muerto en vida”, dice con pesar. No podía hablar, apenas podía respirar y su mujer sólo podía ayudarlo masajeándole las piernas, para que los músculos no se atrofiasen: “Mi mujer es de fierro”, asegura.
Mientras tanto, Norma fue a Nini para hablar con los compañeros de su marido. Les dijo que usaran barbijo, y durante un tiempo lo hicieron. Nini jamás les había recomendado, ni entregado, algo similar. Cuando salió de terapia “estaba todo barbudo, con pelo largo y las sondas puestas, sueros por todos lados”. Su hija menor, de 2 años y medio, directamente no lo reconoció. Avellaneda se había perdido el cumpleaños de su mujer, y tampoco pudo estar cuando su hijo terminó primer grado: “Esto es todo muy nuevo para mí. Empezar todo de vuelta, volver al trabajo”…
Avellaneda deberá volver a Nini: es que nadie más puede hacerlo por él, aunque ahora se encuentre de licencia con “goce de sueldo” (sólo le abonan el básico). De improviso, se atreve a mostrar un bloc de hojas blancas en el que escribía mientras un tubo le cortaba la garganta: en letras temblorosas como las de un niño, se leen cosas como “Se me corta la respiración” o “Haceme masajes”. El resto de las frases son, en su mayoría, incomprensibles.
SOBREVIVIR NO ES GRATIS
“La rehabilitación me vino bárbaro. Me pusieron electrodos y después fue todo ejercicio, para reaprender de vuelta, yo no podía hacer nada. Caminaba apenitas agarrándome de mi señora, y tenía mucha sed. Ella me limpiaba la boca con una gasa y yo agarraba, se la mordía y chupaba toda el agua. A todos los que me iban a ver, les pedía agua. Cuando volví, era tanta la desesperación que me levantaba todo el tiempo para beber”, cuenta. Fue su amigo y compañero de trabajo, Sebastián Acosta, quien lo llevó a 20 de esas rehabilitaciones: Iba desde Romero hasta su casa, lo llevaba al hospital, lo esperaba y lo traía de vuelta.
Desde que su vida volvió a la normalidad, amigos, conocidos, y no tanto, le preguntan qué va a hacer ahora. Él también se pregunta. Tuvo que iniciarle una demanda a la ART no sólo porque era lo correcto, sino porque de otro modo, se quedaba sin cobertura de la obra social para la rehabilitación. También planea demandar a Nini: un compañero suyo se contagió hace un largo tiempo y, sorprendentemente –como él – se recuperó tras un año de reposo. Ganó un juicio a la empresa y todavía continúa trabajando. “Cuando me pasaron a sala común, estuve 4 días nomás en la habitación; me fueron sacando los sueros y la sonda cuando empecé a comer. Ahí me enteré lo de la ART, era todo muy reciente. Es algo re loco, porque teniendo laburo en blanco y todo, que no me cubra la ART… es rarísimo, un garrón”.
Avellaneda dice que “no es justo que me dejen tirado”, y advierte que además de iniciar el juicio, pedirá que le reconozcan el hecho como accidente. Una médica laboral había ido al hospital y después a la empresa: dijo que tenía leptospirosis, una enfermedad que se transmite de la rata al perro y del perro al humano. Es decir, había puesto a un canino como intermediario para desligar a la empresa del accidente.
Las autoridades de Nini incluso llegaron a “apretar” a los medios. El Diario Hoy, que había estado siguiendo el caso de Avellaneda a través de sus reporteros, recibió dos cartas documento de parte de Romina Raquel Nini, la hija del dueño de la empresa homónima. La carta pedía el “cese inmediato de las publicaciones relacionadas con Ricardo Nini S.A. y su personal, tanto en formato digital como papel, en cualquiera de sus producto o servicio (sic) que preste, pajo apercibimiento de hacerla civil y penalmente responsable”. El diario, por supuesto, continuó publicando sobre el caso.
Tras dos meses de internación y dos más de rehabilitación estipulada, Avellaneda cuenta que aprendió a lavar la ropa; se la pasa planchando, cocinando, haciendo las camas y limpiando los vidrios mientras su mujer, que es peluquera, continúa trabajando. Está tomando suplementos vitamínicos que lo ayudarán a elevar su peso. Todavía visita al médico cada 15 días y continúa rehabilitándose. Desde diciembre hasta hoy, las autoridades de *Nini tuvieron tiempo de vender, comprar, repartir, promocionar y enviar cartas documento a los diarios: todo, absolutamente todo, menos darle a Marcelo Avellaneda algún tipo de explicación.