Opinión | 1 may 2022
Opinión
¿Qué esconde el asco a los cuerpos?
El anglicismo “cringe” es un arma biopolítica.
“Buen día, gordas. ¿Os habéis permitido el lujo de vestiros hoy?”. El tuit de @lucisplace (que se autodefine en su biografía de Twitter como “gorda de mierda”) le gusta a más de 3.000 personas.
Quien lo aplaudió simbólicamente sabía por quién lo decía. Ese sarcasmo era una daga contra la polémica del día, después de que la presentadora de televisión Adriana Abenia publicara un story de Instagram contra una modelo en una campaña publicitaria de bañadores. En la imagen aparecían varias mujeres, con diferentes morfologías de cuerpo, corriendo por una playa.
“Me gustaría saber vuestra opinión. Hoy buscaba un bañador con protección solar. Soy la primera que defiende la diversidad de cuerpos en la mujer. Una mujer puede ser preciosa y verse bien tenga una S o una XL. Pero, sinceramente, defender y hacer apología de enfermedades como la obesidad me parece peligroso”, escribió la comunicadora de Zaragoza.
Abenia hacía referencia al cuerpo de Malia Kaleopaa, una modelo de talla grande que resultó ser un referente del surf hawaiano. Una nanoinfluencer de ese deporte (así se llaman a quienes acumulan varios miles de seguidores, pocos, pero de calidad para ciertos intereses publicitarios) que también es madre de Kelis Kaleoppa, la ganadora más joven de una prueba del campeonato del mundo de Longboard con tan solo 15 años.
La cosa, como se imaginan, no acabó bien. Abenia acabó rectificando después de convertirse en uno de los personajes más citados de la semana, con permiso de Margarita Robles y Elon Musk.
¿Acaso es un mal ejemplo ver a una mujer con talla grande corriendo por la playa? ¿Va a incitar a miles de jóvenes a plantearse una vida poco saludable? Por supuesto que no. Lo resumía a la perfección la tuitera Bárbara Arena: “Dado que es obvio que mostrar los cuerpos gordos no lleva a las personas no gordas a querer engordar, se intuye que se trata de una construcción argumental artificiosa que sirve de, digamos, VEHÍCULO socialmente aceptado a lo que, en realidad, es puro y visceral rechazo”.
Dado que es obvio que mostrar los cuerpos gordos no lleva a las personas no gordas a querer engordar, se intuye que se trata de una construcción argumental artificiosa que sirve de, digamos, VEHÍCULO socialmente aceptado a lo que, en realidad, es puro y visceral rechazo.
— Bu (@BuArena) April 26, 2022
Ah, claro, que esto va del asco. Todo un clásico y un castigo en esta red social. Más allá de las disculpas forzadas de la presentadora después de que prácticamente todo Twitter señalase lo gordofóbico de su comentario, lo interesante de esta polémica es cómo el asco o el cringe –un anglicismo muy usado en la red para poner nombre al escalofrío y repelús de algo que nos encoge el cuerpo porque nos hace pasar tremenda vergüenza ajena– se ha convertido “en un instrumento de control social gestionado algorítmicamente”.
Lo contaba hace unos días la periodista Robin James en un ensayo titulado New Normal en la revista Real Life, donde ofrecía una interesantísima evolución del concepto de ese término en las redes sociales. James analizaba cómo lo repugnante ha ido mutando hasta ser un termómetro de aceptación sobre qué cuerpos son tolerables y cuáles no. “En los últimos años, el cringe se ha convertido en un regulador del sexo, la sexualidad y el género (es decir, la heteronormatividad)”, escribe James, poniendo en contexto a cómo la ultraderecha estadounidense se ha apropiado de esa palabra, del cringe, para atacar a las personas trans y arrinconarlas contra la pared a través de ese sentimiento. El asco, en redes, también es un arma biopolítica.
Cuando la youtuber Natalie Wynn, conocida como Contrapoints, publicó su análisis sobre lo “cringe” en la esfera virtual, vino a dar en el clavo del asunto. “Esta supuesta vergüenza ajena opera como una forma de identificación negativa: nos avergonzamos de los demás cuando nos recuerdan lo que odiamos en nosotros mismos”.
Ya lo decía el filósofo Colin McGinn: “Al sentir asco hacia nosotros como especie, nos situamos ante un tenso dilema emocional: nos admiramos por nuestros logros, pero también experimentamos un sentimiento de repulsión hacia nuestra necesaria naturaleza orgánica”. O lo que es lo mismo: dime qué cuerpos te repugnan profundamente y te diré todo lo te da asco cuando ves tu reflejo en el espejo.
Por Noelia Ramírez para El País de España