martes 08 de octubre de 2024 - Edición Nº -2134

Opinión | 31 oct 2023

Las razones de la política y las razones del corazón (o de las historias que se cuentan los políticos)

Por Federico González, titular de la consultora política Federico González y Asociados.


Sucesos vertiginosos 

El cimbronazo del domingo 22 de octubre ya pasó. Sergio Massa emergió como ganador indiscutido e inesperado superando por casi 7 puntos al favorito Javier Milei y dejando fuera del ballotage a una alicaída Patricia Bullrich.

El lunes 23 el camino de Sergio Massa a la presidencia se presentaba promisorio. Con la ventaja que da un triunfo sólido a una fuerza política ordenada y con una clara vocación de poder.

Sin embargo, como es común en Argentina, lo disruptivo emerge vertiginosamente antes de que se haya procesado por completo el acontecer inmediato. Así, durante la misma noche de ese lunes, comenzaron a circular rumores sobre una reunión entre Javier Milei y Mauricio Macri, lo cual anticipó el desenlace dramático del día siguiente. En una conferencia de prensa improvisada, Patricia Bullrich y Luis Petri anunciaron que, tras intercambiar mutuos perdones, y en representación de la fórmula derrotada el domingo anterior, trabajarían de manera conjunta, junto a Mauricio Macri, en apoyo a la campaña de Javier Milei."

 

Política y humanidades

En una de nuestras concepciones subyacentes sobre la política, a menudo la ubicamos en una suerte de limbo trascendental, como si la política fuera una superestructura desligada de las pasiones humanas."

En el siglo XVII Blas Pascal sentenciaba que el corazón tiene razones que la razón no conoce.

Siglos más tarde, Sigmund Freud invitó a pensar que cuando desconocemos las razones inconscientes determinantes, inventamos razones espurias o racionalizaciones para justificar aquello que emerge extraño a nuestra consciencia.

Más modernamente, el neurocientífico Antonio Damasio teorizó que en las decisiones humanas las emociones preceden a las razones y, a la vez, las guían a través de señales casi inadvertidas.

Sin embargo, una inspección fundamental de nuestra vida mental revela lo evidente: muchas de nuestras metas no son inconscientes ni pasan desapercibidas. De hecho, la noción sencilla de que el deseo de alcanzar un objetivo influye en nuestras acciones parece ser una regla más que una excepción. Esto es tan cierto como la transparencia de los deseos que nos llevan a evitar destinos que consideramos temidos o desagradables.

En términos sencillos, para comprender cómo se desarrollan los eventos políticos, a veces resulta útil conjeturar acerca de los deseos y creencias de los actores involucrados. Esto es lo que instaura el campo de la psicología política, en tanto disciplina que aspira a comprender la realidad política a la luz de la psicología de los actores políticos.

 

Narrativas mentales o del arte de contarnos y representar historias

Sin embargo, los deseos y las creencias tienden a converger en una unidad de significado más amplia: las narrativas mentales. Las narrativas mentales son las historias que, de modo más o menos consciente o inadvertido, nos contamos a nosotros mismos y que, consecuentemente, determinan nuestras acciones.

Las narrativas mentales son estructuras psicológicas en las cuales nos posicionamos como personajes activos inmersos en un escenario más amplio que abarca lugares, tiempos, situaciones y otros actores intencionales que conforman una trama desarrollada a lo largo del tiempo. Pero, además, las narrativas mentales se plasman en representaciones tangibles que dirigimos a interlocutores reales cuya psicología elucubramos imaginariamente. La siguiente cita, amplía el significado de las narrativas mentales:

“Las narrativas mentales se refieren a las historias que creamos acerca de nosotros mismos, tanto las que nos contamos internamente como las que compartimos con otros. En la vida de una persona pueden distinguirse dos escenas: la que los demás pueden observar y la que la persona cree estar viviendo. Sucede que desde esa perspectiva interior los acontecimientos de nuestra vida los vivimos como posibles actos de escenas mayores cuyo "continente" final es nuestra historia personal. Quizás nos consideramos los protagonistas de una trama secreta cuyo guion vamos forjando a través de nuestra experiencia vital. Somos tanto los actores como los protagonistas privilegiados de dicha trama. Imaginariamente, nuestra vida es, en parte y en cierto modo, una representación para otros. Los otros que nos importan, sea porque los amamos o porque los odiamos. Los otros que conocemos y nos conocen; o los que no conocemos, pero podrían conocernos.

Quisiéramos ser algo o alguien para esos otros. Y esa pasión secreta nos hace forjar historias posibles donde —alternativamente— podemos ser héroes, villanos, víctimas inocentes, justicieros, redentores, seductores, sensibles, valientes, duros, inteligentes, locos lindos, revolucionarios, trasgresores, éticos, incomprendidos, etc. En tal sentido, somos a la vez el guionista, la cámara, el actor y el montajista de las historias que forjamos para otros o para algún ojo que imaginamos como posible testigo de nuestra representación. La vida es eso que nos pasa. Pero lo que nos pasa es y será atravesado por nuestra inadvertida pasión historiadora. Buscamos el sentido de los que nos ocurre. Y la búsqueda del sentido tiene el aroma de las historias. Historias fragmentarias y provisorias que anhelamos e ilusionamos engarzar en una única: nuestra propia historia”.

Federico González, Narrativas mentales (2015)

 

Parafraseando el título de un libro célebre del filósofo Arthur Schopenhauer, como en cualquier orden de la vida, la política es una síntesis entre voluntad y representación, entre deseo y simulación, entre convicción y puesta en escena.

Para comprender los actos de los actores políticos resulta útil, sino imprescindible, conocer qué narrativa los alienta. Qué historias se contarán a sí mismos para hacer y justificar lo que hacen.

Lo que sigue son apenas esbozos conjeturales, más o menos verosímiles, de las narrativas de tres actores políticos que protagonizaron las electrizantes jornadas iniciadas el 22 de octubre. Esto es: Sergio Massa, Javier Milei y Patricia Bullrich (por razones de espacio, dejaremos el análisis de Mauricio Macri para un futuro trabajo).

Aclaramos que lo que sigue no pretende ser un análisis político convencional, sino apenas un bosquejo interpretativo conjetural de lo que podrían ser las narrativas auto formuladas por cada uno de los políticos bajo análisis.

 

Patricia Bullrich: La heroína valiente y austera con sed de gloria

Patricia Bullrich se define como una luchadora. Y se jacta de esa faceta que define su ser. Patricia se muestra aguerrida, decidida, terminante, segura. Su goce es dar la pelea franca. Se auto percibe corajuda. Se jacta de “tener espalda” para enfrentar a las mafias, a los narcos, a los barras bravas y a los sindicalistas corruptos, a quienes parece decirles: “Acá estoy yo y los voy a enfrentar” Como en aquella frase del barrio: “No pregunto cuántos son, sino que vayan pasando”.

Durante la fallida campaña, Patricia se jactaba de decir que, si le tocaba ser presidente, nadie la iba a doblegar. Nadie le iba a hacer torcer el camino de sus convicciones. “Conmigo no van a poder”, se adelantaba a decirles a los “tira piedras” de siempre dispuestos a desconocer un mandato popular.

Patricia Bullrich se define también como una persona de principios. Una ética de las convicciones donde hay valores que nunca se negocian.

Los valores de Patricia semejan a los denominados valores prusianos: orden, disciplina, trabajo, sacrificio, deber, honradez, rectitud, austeridad, patriotismo.

Luego de la derrota del 22 de octubre, cualquier político se habría retirado a su casa y llamado a silencio para comenzar su proceso de duelo. Pero Patricia no es cualquier política. Apenas le bastó un intersticio de posibilidad para volver a la lucha.

Patricia debe haber pensado que en las situaciones límites es mejor actuar sin elucubrar demasiado. Sin negociaciones estériles y dilatorias. Si esperar permisos de nadie. Acaso creyendo que los auténticos líderes no piden permiso; simplemente pasan a la acción.

Porque para Patricia se trataba de una cuestión de principios y valores. Si la Patria estaba en peligro entonces no cabe la duda. Porque, como alguien alguna vez dijera, la duda es una jactancia de los intelectuales, no de una mujer de acción.

Por eso, casi sin pensar, pateó el tablero de la corrección política y corrió raudamente a sellar su apoyo a Javier Milei. Acaso en su narrativa resonó aquella frase que nos regaló Borges en “Milonga de Jacinto Chiclana”: “De lo único que nadie se arrepiente es de haber sido valiente”.

El refrán popular sentencia que “soldado que huye sirve para otra batalla”. Pero Patricia quizás prefirió pensar algo igualmente minimalista, pero de mayor intensidad: “Soldado que sigue peleando es capaz de ganar la guerra, aunque haya perdido una batalla”.

Porque la narrativa central de Patricia semeja a la de la heroína inclaudicable, cuyo arquetipo podría ser Juana de Arco.

O la misma narrativa expresada magistralmente en aquellos versos memorables de Almafuerte: “No te des por vencido, ni aun vencido, no te sientas esclavo, ni aun esclavo; trémulo de pavor, piénsate bravo, y arremete feroz, ya mal herido”.

Entonces Patricia Bullrich pateó el tablero partidario. Para cambiar el tablero electoral.

 

Componentes de la narrativa:

Ética de principios y valores.

Valores: Coraje. Convicción. Patriotismo. Austeridad. República.

Posibles figuras inspiradoras: ¿Qué personajes parece evocar la narrativa de Patricia Bullrich?: Rta.: Juana de Arco, Arturo Illia y Angela Merkel

 

Sergio Massa: El macho alfa del peronismo. El estadista desarrollista y popular

Audaz, infatigable, “huidor” hacia adelante, el tigrense encarna perfectamente la quintaesencia de la animalidad política. Sergio juega en toda la cancha. Abre el juego. Se desmarca. Inventa jugadas. Eximio negociador, parece disfrutar de ese juego. No importa si es en Washington con Kristalina Giorgeva, en el Senado con Cristina Kirchner, tejiendo alianzas con gobernadores o negociando con empresarios poderosos. Lo cierto es que para Sergio el universo político parece siempre una oportunidad para negociar y un vasto océano del que siempre se puede extraer poder.

Quizás la expresión sea reveladora: Sergio Massa es un extractivista del poder. Capaz de sacarlo de las piedras. Capaz de edificar estructura donde antes había poco o nada. Capaz de poner a funcionar cualquier coto incipiente de poder al servicio de su gran causa.

Ambicioso y audaz, nunca le huye al desafío. Durante la campaña lo sentenció con contundencia: "Yo, cuando estoy al frente en la tormenta, agarro el timón y no lo suelto".

Sergio Massa nunca arruga. Se anima donde muchos dan un paso al costado. No tiene problema en “quemar las naves” ni en “agarrar la papa caliente”. Pertenece a la privilegiada extirpe de quienes piensan que mañana siempre saldrá un nuevo sol. Como a Patricia Bullrich, también le caben aquellas estrofas de Almafuerte, agregando el verso final: “No te des por vencido, ni aun vencido” (..) “Trémulo de pavor, piénsate bravo y arremete feroz, ya mal herido. (…) “¡Todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de su muerte!”.

O parafraseando los versos de “Como la cigarra” de María Elena Walsh: “Tantas veces me mataron. Tantas veces me morí. Sin embargo, estoy aquí. Resucitando”. Porque, políticamente hablando, a Sergio Massa lo dieron por muerto muchas veces, pero está aquí, disputando la final para la presidencia.

Workaholic, conocedor como ninguno de las dependencias y vericuetos del Estado, a Sergio le gusta armar estructuras, pero nunca descuida los detalles, a los que suele atender personalmente. Imaginar cómo es un día en la vida de Sergio Massa produce vértigo: ¿Cómo hace?, ¿Cuándo duerme?, ¿Cómo puede atender con solvencia su WhatsApp sin delegarlo en nadie?

Cultor del arte de huir hacia adelante, uno de las especialidades del Ministro de economía consiste en forjar zanahorias imaginarias a las que la sabiduría mediática suele referir bajo la figura de “sacar conejos de la galera”. Cuando parece que la turbulencia va a doblegar la embarcación, Sergio, a último momento, inventa algo que le permite seguir participando. El dólar soja, el dólar agro, su propia candidatura presidencial al filo del cierre, los yuanes chinos, el préstamo de Qatar, el desembolso de los más de 7 mil millones verdes del fondo, etc.

Ambicioso como pocos, Sergio no solo aspira a ser presidente. Aunque nunca la va a decir (y menos en campaña) su deseo inconfesable es convertirse en el nuevo macho alfa del peronismo.

Porque quizás su aspiracional mayor es profundamente “religioso” y, a la vez, minimalista: “Conquistar el Poder y todo lo demás se me dará por añadidura”.

Pero el ser ambicioso de Sergio no excluye la narrativa del hacer incansable y virtuoso. Probablemente, Sergio Massa quisiera ser una locomotora transformadora. Una rara avis que conjuga el peronismo con el desarrollismo. Un arquitecto de esa Argentina posible pero nunca consumada.

Quizás en su fuero íntimo Sergio sueñe con ser una encarnación virtuosa de Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi y Néstor Kirchner. Líder populista. Estadista. Macho alfa del poder.

Acaso esa narrativa explique por qué Sergio tenga hoy un 50% de chances de ser presidente. No es poco.

Quizás esta vez Sergio cumpla el milagro jugando a suerte y verdad. Buscando o inventado los conejos finales que le abran la Rosada. Al fin y al cabo, todo animal político sabe lo que tiene que saber: la política es el arte de lo posible. Y si lo posible no alcanza, habrá que inventar lo imposible.

Componente de la narrativa:

Ética del Poder y del Hacer.

Valores: Poder. Pragmatismo. Trabajo. Voluntad hacedora.

Posibles figuras inspiradoras: Juan Domingo Perón. Arturo Frondizi. Néstor Kirchner

 

Javier Milei: El outsider libertario e inteligente que necesita Ser, en modo de villano maldito

No es novedad: Javier Milei juega a ser el outsider rebelde iconoclasta que nos trae el evangelio de la libertad junto a la épica anticasta.

La narrativa de Milei encuadra perfectamente en el mito de “El Periplo del héroe", desarrollado por Joseph Campbell, que puede resumirse así:

El mito del Periplo del héroe relata la historia arquetípica de un protagonista que responde a la llamada a la aventura, atraviesa desafíos y pruebas, experimenta una transformación personal y finalmente regresa con un tesoro, reflejando así la búsqueda universal de desafío, crecimiento y significado.

La narrativa de Milei refiere a que había una vez un profesor de economía que enseñaba su ciencia de modo rutinario. Hasta que leyó a unos autores (Ludwid Von Mises, Friedrich Hayek, Murray Rothbard y Milton Friedman) que lo hicieron tomar consciencia de que había estado equivocado en una especie de “sueño dogmático” (al estilo de Immanuel kant con David Hume). Entonces le ocurrió lo que a tantos líderes históricos: una profunda vocación de propósito. Una clara misión de transmitir ese nuevo testamento económico. Las puertas de la libertad se abrieron de par en par, lo cual lo condujo a una amalgama sinérgica entre libertarismo, anarco capitalismo y minarquismo.

Como una especia de Voltaire contemporáneo, en su pasional narrativa Javier Milei quiere libertar a la Argentina de la superstición del populismo y del culto al Estado, para instaurar el reino de la libertad que nos sacará de la decadencia de tantos años y nos devolverá al momento liberal en que el país fue primera potencia mundial. O a la consumación del sueño preclaro del prócer liberal Juan Bautista Alberdi.

Es probable que en su narrativa Milei se sienta orgulloso de uno de sus grandes logros culturales: haber legitimado a una derecha que se avergonzada de su condición. Porque lo cool era ser “progre”. Y porque ser “progre” equivalía a ser moderno, open mind y buena persona. En cambio, ser de derecha connotaba ser arcaico y malvado. Un troglodita. Un individuo egoísta, discriminador e insensible. Entonces muchos de quienes se auto percibían liberales y/o de derecha, tendían a ocultarse antes de padecer el oprobio de aparecer como tontos o como malas personas. 

El “peluca Milei”, le devolvió entonces el orgullo a quienes se sentían liberales. O de derecha.

Aunque más no fuera porque se sentían pertenecientes a una clase media cuyo “pecado

aspiracional egoísta” parecía consistir en “desear ser propietarios antes que proletarios” (Adelina Dalessio de Viola dixit.) O simplemente porque son comerciantes o quieren ser empresarios. O porque, como decía un personaje de la célebre película española “Solos en la madrugada”: “Nueve de cada diez personas que Ud. admira son de derecha”.

Para llegar a ese logro, Javier Milei aplicó innumerables horas predicando los fundamentos del liberalismo y explicando lo que había aprendido de Von Mises, Hayek, Friedman y la escuela Austriaca.

Aunque no queda claro cuántas de esas ideas comprendió ese gran público dispuesto a votarlo, lo cierto es que la narrativa de Milei penetró en vastos sectores de una sociedad harta de tantos fracasos. Aunque quizás algunas cosas sí se entendieron plenamente. Por ejemplo, aquello de que los políticos son una casta abominable que se roba la riqueza de los ciudadanos nobles ahogándolo con insaciables impuestos. O que la revolución necesaria que nos va a traer la felicidad radica en quemar el Banco Central, porque esa es la usina de la emisión y, por ende, de la inflación que nos destruye. O quizás, simplemente, porque mucha gente está harta y prefiere a un “loco desconocido” antes que a los corruptos o inútiles de siempre.

Pero como suele ocurrir en tantos órdenes de la vida, a veces las cosas no se presentan de modo puro. Y en esto Milei no es la excepción. Así, a la narrativa misionera del libertario se le adosa la personalidad intensa y desbocada del personaje. Al punto que cabe decir que, si los otros políticos son ellos con su narrativa, Milei es su narrativa.

Tanto que aún cuesta descifrar si se trata de un genio o un necio. Un loco lindo o uno peligroso. Un economista visionario o un farsante de feria.

Como alguna vez dijimos, la ideología suele ser una extensión de la personalidad. Y la personalidad de Milei se revela tan intensa como inasible.

La complejidad del fenómeno Milei acaso radique en el cruce de dos narrativas independientes, aunque subsidiarias: la del libertario y la del personaje en busca de su ser.

Como tantas otras, la historia de Milei parece marcada por el signo de la necesidad de sobreponerse. Tal como lo describió magistralmente el psicólogo Alfred Adler, la búsqueda humana es un intento de superar una arcaica fragilidad. Un niño castigado, un niño que padeció bullying, puede ser una ventana abierta hacia una reivindicación futura. “Algún día, ya va a ver”. Ese placer de los dioses que se come frío.

Entonces Milei aparece como un poliedro de mil caras: genio, loco, creativo, audaz, outsider, inteligente, inestable, inflamable, caprichoso, inmaduro, único, indescifrable. Pero acaso en su fuero íntimo, juega a ser el villano maldito y simpático que viene a vengarse de algún antiguo opresor.

Y eso es tanto parte de su encanto como de debilidad. Y de los malentendidos que suscita en una sociedad huérfana de espejos.

Entonces, cuando el personaje Milei se autoproclama como liberal vociferando con fuerza, muchos lo identifican con un líder nacionalista cuyo leimotiv será poner orden. Y cuando Milei se proclamaba antiabortista, aunque eso resulte más compatible con ser un conservador de derecha antes que un liberal, quizás alguien se sintió identificado solo porque Milei, utilizando sus propios términos, está en contra de esos “zurdos de m…. “

Lo mismo ocurre cuando, desde su narrativa, Milei juega el “juego de la libertad beligerante”, antes que el de la democracia consensuada. O mejor, el de la épica de defender a la libertad con discursos de alto contenido beligerante. “No vengo a guiar corderos, vengo a despertar leones”, “¡Viva la Libertad, Carajo!”, “¡Marche otra motosierra!”

Mientras la tribuna lo festeja, porque hay Milei para todos los gustos. El arte de ser un caleidoscopio de espejos.

En su narrativa desenfrenada, Javier Milei se presenta entonces como un cruzado en la lucha por la libertad, donde no se escatiman los discursos incendiarios. Se supone entonces que la libertad es lo que sobrevendría si se gana esa lucha. Es decir, liberar las potencias creativas de una sociedad para hacer un mundo y una vida mejores. Pero de eso Milei no habla. O si habla, nadie parece escucharlo.

De modo que esa imagen constructiva de la libertad se sustituye por otras menos gráciles. Porque las imágenes más pregnantes de Milei son las de carácter bélico: “Voy a quemar el Banco Central” “Los vamos a sacar a patadas en el c (…)”.

De modo que es posible describir la figura de Javier Milei soslayando su dimensión de Personaje. Porque, como muchos dicen, Milei es un rockstar. Lo cual supone una ética consustanciada con una estética (i.e. “Somos superiores ética y estéticamente”, Milei dixit.)

En efecto, en su narrativa desbocada existe un estilo Milei, una puesta en escena Milei y un look Milei, con camperas de cuero y rugir de leones. “Quieren épica, acá estoy”, parece querer decir Milei cuando actúa en modo de líder social.

Como todo líder controversial, Javier Milei despierta pasiones y rechazos. Algunos le temen. Quizás como se le teme a todo lo desconocido. Quizás porque lo asocian con Donald Trump y Jair Bolsonaro y éstos no simpatizan. Quizás porque Milei hace y dice cosas que despiertan razonables temores. Porque, ciertamente, existen algunos problemas alrededor de la figura del líder libertario. Por ejemplo:

Milei se descontrola. Cuando algo no le gusta, Milei se torna fácil e intensamente irascible. Y saber qué lo hará descontrolar resulta casi impredecible. Y eso, que no es bueno para un dirigente, lo es menos para un presidente. Como el medicamento que cura en la dosis justa y enferma en la mayor. Las intensidades de Milei son un arma de doble filo: generan la pasión del entusiasmo tanto como el peligro del descontrol. Quizás antes le sucedía con mayor frecuencia. Quizás ahora hace un esfuerzo para no sucumbir. Quizás se nota ese intento de controlarse. Quizás se nota que es un esfuerzo al borde del estallido. Quizás.

La gente está harta de la política y de los políticos. En su narrativa desplegada, Milei representa a la anti política o a la anticasta. Milei se ofreció como la mejor opción más allá de la grieta. Aunque, paradójicamente, a costa de instaurar otra grieta. Milei legitimó el valor de la libertad y con ello muchos argentinos salieron del clóset de lo políticamente correcto, para declarar su orgullo de afirmarse como liberales o de derecha (i.e. “Si, soy liberal y de derecha, ¡¿y qué?!”).

Acaso Milei se jacte de haber mostrado a parte de los argentinos la trampa y el fraude del populismo, el clientelismo y el estatismo, desde donde —y con el “yeite” de proclamar la justicia social del campo nacional y popular— solo se ha logrado degradar a los ciudadanos a la categoría de dependientes, rehenes políticos, indignos, pobres, lúmpenes, marginales y/o zombis sociales.

Milei se siente como un economista que sabe de economía y sabe con seguridad lo que debería hacerse. Por ende, cree que será capaz de solucionar los problemas endémicos de la economía, donde sus predecesores solo acumularon promesas, fracasos y excusas.

En el marco de su teorización sobre la figura del psicoanalista, Jacques Lacan teorizó sobre la noción de un “sujeto supuesto saber”, para referirse al hecho simple de que las personas tendemos a atribuir saberes particulares de algún tipo a otras personas. Aunque dichas atribuciones resultan a veces desmedidas. En tal sentido, parte de los votantes de Milei lo han elegido justamente porque lo han puesto en ese lugar del saber.

Pero nadie pone en ese lugar a alguien que no se haya colocado de antemano allí. En la narrativa de Milei, solo él es el único que sabe. Los demás son todos burros, fracasados o tocan de oído. Y su público asiente: “No sé si entiendo mucho eso de la dolarización, la base monetaria, el circulante, la emisión y la Escuela Austríaca; pero de lo que sí estoy seguro es que este tipo sabe de lo que estaba hablando. Y me confío a él para que me saqué de las penurias de la inflación que me carcome el sueldo y la vida. Y le creo a él y no otros porque, en eso, o ya fracasaron o no parece que sepan como sí sabe Milei”.

Desde otra arista de su narrativa surge una dimensión casi existencial. Como si fuera un gurú de la autoayuda, acaso sin proponérselo, Milei invita a quienes lo quieran oír a liberarse del yugo del “deber ser progresista” o, sin eufemismos de una especie de “progredictadura”. Esa “entelequia opresiva” que pretende prescribir cómo se debe hablar (i.e. el lenguaje inclusivo), qué dogmas deben seguirse (i.e. “las 20 verdades peronistas” o “las 45 verdades del Estado que nos protege”), qué contenidos deben consentirse que se les enseñen a los niños en las escuelas, etc.

O que nos revela, para pulverizarlo, el listado de los mandamientos opresores de la libertad: “la patria es el otro”, “debes ser solidario”, “no debes ser exitoso”, “no debes perseguir tu mérito”, “no debes incurrir en el pecado capitalista de querer ganar dinero” etc.)

O que nos advierte sobre “la aberración socialista que prescribe que “donde hay una necesidad hay un derecho”, desconociendo que las necesidades son infinitas, pero los recursos escasos.

Como contrapartida, la narrativa de Milei parece implícitamente ofrecer algo análogo a una “tabla de libertamientos”. Por ejemplo: “Busca el reino de la Libertad y todo los demás llegará por añadidura”; “Intenta ser propietario, antes que proletario”; “No es pecado ser exitoso”; “Ganar dinero brindando servicios al prójimo no es solo bueno para uno, sino para la sociedad”; “Nunca debes sucumbir a las trampas del “zurdaje esclavizante”; “No dejes que la casta te robe el fruto de tu trabajo exigiéndote el pago de impuestos confiscatorios”, etc.

 

Componente de la narrativa:

Ética de la libertad liberadora. Rupturismo mesiánico Valores: Libertad. Autoafirmación

Posibles figuras inspiradoras: Donald Trump. Jair Bolsonaro. Juan Bautista Alberdi. Ludwid Von Mises. Javier Milei.

 

Conclusión:

Volvemos a recordarlo. Este artículo no pretende ser un análisis político. Apenas una narrativa conjetural que intenta arrojar luz sobre las historias que, por sus actos y sus palabras, parecen contarse a sí mismos y a la sociedad cada uno de los tres políticos que protagonizaron la política de los últimos días.

Solo restó analizar la narrativa de Mauricio Macri. Lo cual quedará para otro trabajo.

 

 

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