viernes 26 de julio de 2024 - Edición Nº -2060

Opinión | 20 nov 2023

¿Qué nos pasó?

Por Ariel Pasini, ex diputado nacional.


Comparto algunas líneas desordenadas. Sentí la necesidad de poner en orden alguna que otra idea y de compartirla. La tristeza existe, pero la obligación como militantes que somos es la de no dejarnos atrapar por la nostalgia de lo que no fue y comenzar a debatir fraternalmente para poder construir juntos una salida colectiva a esta verdadera debacle. Me siento más peronista que nunca. Se trata del punteo de cuestiones que requieren más desarrollo y reflexión, pero que sirva como puntapié. Aquí va lo que escribí. 

 

 

¿Qué hicimos? ¿Qué actos abominables hemos cometido para que el Pueblo argentino elija como su mejor opción a Milei? La perplejidad tiene que dejar lugar a una profunda y corrosiva autorreflexión. Refugiarse en la sorpresa y en el no lo puedo creer significa elegir la autocomplacencia y la autocelebración elegíaca de un modo de concebir la política que mereció el rechazo contundente de nuestro Pueblo. Si no lo podemos creer es porque perdimos la capacidad de caracterizar correctamente la realidad y, ya sabemos, no se puede cambiar aquello que no se conoce ni comprende. 

El camino del ensimismamiento es el que caracteriza a los últimos diez años de nuestra fuerza política, lo que condujo a un alejamiento abismal de aquellos sectores cuya representación debemos ejercer. No hubo espacio para expresar matices o señalamientos respecto de una deriva que nos llevó del 55% de los votos a ser una minoría intensa, cada vez más minoría y cada vez más intensa (hasta el agotamiento y cansancio de muchos sectores).

Esgrimimos una retórica cada vez más cargada en forma directamente proporcional al fracaso de las políticas llevadas adelante desde la propia función de gobierno. Ante la incapacidad de generar un ciclo virtuoso en lo económico que significara una mejora en lo social y en los indicadores de desarrollo humano, elegimos el camino de la adjetivación estentórea y la construcción de una narrativa más vinculada a la agenda de sectores de la progresía desterritorializada y globalizante que a las demandas cada vez más insatisfechas del pueblo doliente al que debemos representar por mandato histórico.

Construimos una policía del pensamiento y del lenguaje con sus respectivos comisarios y vigilantes, más atentos a detectar y señalar con el dedo acusador al pensamiento crítico del compañero que a pensar seriamente que debíamos hacer con este país. Ganamos en 2019 pero nos autopercibimos oposición de nosotros mismos, en una curiosa parábola que dejó perplejo al pueblo argentino que esperaba de nosotros otra cosa: compromiso, trabajo, esfuerzo y capacidad de transformar la lógica de funcionamiento de una economía que genera cada vez más concentración, desigualdad y pobreza estructural. En lugar de eso exhibimos impúdicamente peleítas ignominiosas protagonizadas por quienes debieran estar al frente de las soluciones, mientras se derrumbaba el consumo, se debilitaban los números de la macro y se dañaba el tejido social de la Argentina profunda.

No se trata de entrar en el clásico juego de las facturas cruzadas. Ese juego no lleva a ningún lado. Se trata de hacer un esfuerzo por comprender los cambios estructurales operados en nuestra sociedad en los últimos años –materiales, simbólicos y espirituales- para caracterizar correctamente lo sucedido y, fundamentalmente, el camino a desandar para recuperar ese lugar que nos asignó la historia como movimiento popular nacido para expresar a las grandes mayorías, a los desposeídos, a los humildes, a los sectores productivos que son aliados estratégicos del pueblo trabajador en el marco de un país con vocación de ser soberano.

Hay algo roto hace mucho tiempo. Los esfuerzos descomunales de nuestro candidato no alcanzaron para que se produjera el prodigio: no se puede tapar el sol con la mano, no hay candidato –más allá de sus fortalezas y del esfuerzo titánico realizado-que pueda eludir el fracaso que supone vivir con una inflación mensual de dos dígitos.

No hay proyecto político alguno –mucho menos proyecto de Nación- cuando el deterioro de la moneda lleva a una pérdida del poder adquisitivo hasta el punto de colocarnos como uno de los países con menores ingresos salariales medidos en dólares de toda Sudamérica. Y por supuesto que existió el condicionante de la deuda con el FMI, o el estrangulamiento de divisas como consecuencia de la sequía. Pero el punto es otro. Adjudicar a factores exógenos toda la explicación de lo sucedido es el camino más fácil y la forma de evadir una vez más el verdadero debate que se debe el Movimiento Nacional Justicialista. Se terminó un ciclo, tristemente y en forma caricaturesca.

La fractura del sujeto social –pueblo trabajador- que es la columna vertebral de nuestro Movimiento encuentra puntos de apoyo en las transformaciones objetivas de la estructura social. Pero también encuentra condiciones de posibilidad en la desarticulación operada brutalmente desde una praxis política que adoptó como propia una agenda que exacerba divisiones artificiosas en desmedro de la capacidad de articular un sujeto único con fuerza y potencia transformadora de esta realidad, que es cada vez más oprobiosa y sofocante.

El dogmatismo cada vez más cerril nos emparentó con formaciones de cuño stalinista, lo que condujo a un angostamiento brutal de la base de sustentación social de nuestro proyecto. La militancia se burocratizó porque hicimos del Estado un lugar de encuadramiento para alinear la tropa interna en desmedro de la construcción de representación genuina en lo político, en lo sindical o en lo social. Rompimos la representación política para privilegiar la pertenencia a los enclaves más herméticos de la superestructura que garantizaban el acceso a las bondades de un Estado que sin duda alguna dejó de ser ese lugar desde donde se lideraba el cambio económico y social para volverse sinónimo de algo que el candidato ganador quiere demoler con una motosierra.

Con la retórica recargada de una moralina absurda, colocamos en el lugar de los réprobos a nuestros propios compañeros, a nuestros propios aliados, a los sectores a los que debimos ir a buscar para iniciar un diálogo que permitiera articular una política en común. Pero la lógica fue otra: vení, sometete, andá al fondo y no hagas nada que unos pocos se encargarán de asumir la representación del conjunto. La representación política dejó de tener valor en el marco de una fuerza que resolvía todo en una habitación donde cada vez entraron menos compañeros: los gobernadores fueron actores de reparto, los intendentes meros administradores a los que se les exige despliegue de territorialidad en tiempos electorales pero que no tienen rol alguno, los sindicatos desplazados de cualquier lugar de debate político, los movimientos sociales colocados en un lugar distante del lugar de cercanía social que tuvieron en otra etapa. 

Perdimos en 2013, en 2015, en 2017, en 2021 y en 2023. El año 2019 aparece como la excepción que permitió un respiro. Pero poniendo en perspectiva (podrá discutirse el por qué del año 2013 como año de corte pero es el que yo propongo) debemos decir que de seis elecciones perdimos cinco. Y yo diría que la mayoría de esas ocasiones nos tomó por sorpresa. ¿No será que nos empecinamos torpemente en negar una realidad por demás categórica y contundente?

Tal vez llegó la hora de dejar ese lugar de comodidad bienpensante y de autopercibirnos lo que no somos para asumir la realidad en sus aristas más descarnadas, y así dar el primer paso para volver a ser lo que nunca debimos dejar de ser: el hecho maldito de la Argentina mojigata, la representación política del país federal, la síntesis histórica de la alianza estratégica entre el trabajo y el capital nacional, la fuerza histórica con capacidad de transformarlo todo en beneficio del desarrollo y de la justicia social, la expresión histórica del sentir de las grandes mayorías irredentas que aún hoy siguen esperando que un país más justo pueda ser una realidad definitiva e inconmovible más allá de cualquier circunstancia electoral.

Me quedo con los últimos cuarenta días de campaña en las que dejamos que nuestro candidato anudara acuerdos con distintos sectores del arco político, empresarial, sindical y social. Me quedo con la disciplina de una fuerza política que tomada por el miedo al abismo supo dejar de lado los ruidos internos y asumió el rol del candidato presidencial sin generarle interferencias de ningún tipo. Eso fue importante para que los números no hayan sido aún más catastróficos. Me quedo con la actitud de un candidato que dio lo mejor de sí en un proceso electoral en el que arrancamos siempre con las de perder.

Llegó la hora de aceptar lo inaceptable. El 10 de diciembre nos gobernará una caterva de oscurantistas que profesan un ideario confuso y disparatado. Nada bueno podemos esperar de quienes son la representación política de la lógica globalizante que diluye fronteras, jibariza las jurisdicciones estatales, desterritorializa la riqueza de los pueblos, multiplica la desigualdad, fulmina la idea de solidaridad y alienta la violencia y el darwinismo social como mecanismos de funcionamiento de las sociedades. Habrá estrategias de supervivencia que exigirán algún tipo de interacción con quienes fueron investidos de la representatividad ciudadana a través del voto, pero lo central y estratégico es que nos esperan tiempos complicados para el conjunto de nuestro Pueblo.

Allí donde haya una injusticia en estos años, deberemos estar presentes para dar testimonio de otra manera de concebir la política. Para nosotros la justicia social es un valor constitutivo de la comunidad en que vivimos, por lo que vamos a defenderla como bandera irrenunciable. Nuestros compatriotas, para nosotros, son la Nación misma, y no simples números que desde un Excel puedan ser leídos como meras variables que pueden modificarse a designio. Por eso sabemos muy bien quienes somos, cuál es nuestro rol histórico y que nada es irreversible ni dura para siempre. La dialéctica de la historia alumbrará otras alegrías a futuro, si nos comprometemos y juramentamos en hacerlas posible con nuestra práctica cotidiana. Ni la Providencia ni el devenir histórico resuelven nada por sí mismos sino los hombres con sus actos y decisiones de cada día. De ahí es que necesitamos dejar el lugar de pasividad de los últimos tiempos, abrir el debate y decidirnos a tomar las riendas de nuestro propio. 

Que la derrota electoral sea solamente eso y no algo más trascendente. De nosotros depende salir de este lugar para reinventarnos una vez más como ese movimiento maravilloso que anhela la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Patria. Seremos eso, o no seremos nada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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